La serie estrenada en Disney Plus se ríe de las comedias televisivas, pero sobre todo de nuestra tendencia a sentir nostalgia por cualquier cosa

Cuando se estrenó la terrorífica “Madres forzosas” en Netflix había cierta tendencia a hablar de la serie original, “Padres forzosos”, como si fuera mejor de lo que realmente es. Se puede entender que un título te haga sonreír porque apela una época o unas circunstancias de tu vida, pero precisamente nos inventamos términos como “placer culpable” para no tener que defender lo indefendible con el paso de los años. “Padres forzosos” ya era moralista, arcaica y mala cuando se emitió a finales de los 80, lo que pasa es que nos gusta redimir los productos audiovisuales con los que crecimos. “Reboot”, estrenada hace unas semanas en Disney Plus con menos eco del que se merece, se alimenta de esta obsesión colectiva por la nostalgia y la convierte en el pilar fundamental de su corrosivo sentido del humor.

Sus protagonistas son un grupo de actrices y actores que, en su día, se hicieron enormemente populares gracias a una “sitcom” familiar de esas en las que se oyen aplausos por el mero hecho de que un personaje entre en un comedor. La serie acabó cancelada por los delirios de grandeza de su reparto, pero ahora la misma cadena, aprovechando la locura de “reboots” que llenan las plataformas, quiere hacer una nueva versión con los mismos intérpretes. Estos aceptan volver porque se les promete que el producto será tan rompedor que incluso dará la vuelta al material original. Pero una vez en el plató, se encuentran con que la serie vuelve a ser una “sitcom” y que sus viejas rivalidades amenazan con afectar, y mucho, el transcurso del rodaje.

‘Reboot’.

Es verdad que “Reboot” tiene algunos (pocos) momentos en los que raya peligrosamente la condescendencia y algunos gags de trazo grueso que lo acercan a aquello que quiere criticar. Pero también lo es que consigue sortear las trampas y acaba erigiéndose en un dardo envenenado hacia la insistencia general a querer ver el mismo producto una y otra vez. También brilla en su retrato de la sociedad del espectáculo, un microcosmo profundamente conservador que entroniza mediocridades y es incapaz, en el fondo, de evolucionar al mismo ritmo que lo hace el mundo que pretende mostrar. En este sentido, resultan muy afortunadas las escenas en la sala de guionistas, donde los diálogos se convierten en la perfecta representación del choque generacional y de las esencias de un género en permanente redefinición. Destaca un momento sensacional: aquel en que los autores, jóvenes y viejos, se dan cuenta gracias a una caída accidental que la buena comedia siempre será aquella que interpela a todos los espectadores y espectadoras por igual.

‘Reboot’

El otro gran hallazgo de “Reboot” es su reparto. Todos los intérpretes juegan con el efecto espejo (impagables Paul Reiser y Rachel Bloom) y entienden a la perfección los mecanismos del metalenguaje, algunos porque también tienen un pasado oscuro y otros porque siempre se han dedicado a torpedear los límites de la comedia tradicional. Entre estos quien merece una mención especial es Johnny Knoxville, que saca mucha punta a todas y cada una de sus apariciones gracias a un loable sentido de la autoparodia. En la serie cabe todo, desde el crepúsculo de los actores infantiles hasta la conciliación entre vida pública y privada, pasando por las guerras civiles entre directivos. Pero lo más importante es que, efectivamente, da risa. No sería la primera vez que una serie que hurga entre bambalinas cae víctima de sus pretensiones o de la falta de ingenio. No es el caso de “Reboot”, que consigue ser muy divertida sin renunciar a su espíritu creativo.

Pep Prieto
Pep Prieto. Periodista y escritor. Crítico de series en ‘El Món a RAC1’ y en el programa ‘Àrtic’ de Betevé. Autor del ensayo ‘Al filo del mañana’, sobre cine de viajes en el tiempo, y de ‘Poder absoluto’, sobre cine y política.