Sacarse el carnet pasados los cuarenta te obliga a ingresar en una autoescuela a sabiendas de que serás el patito feo que todos los demás, con los dieciocho años recién cumplidos, observan con suspicacia. ¿Por qué no se lo sacó cuando tocaba? ¿Y por qué lo hace ahora, si ha conseguido pasar dos décadas sin necesitarlo? El protagonista de No me gusta conducir se tiene que enfrentar a esta inadecuación y a la fastidiosa necesidad de tenerse que explicar continuamente, cuando lo que querría seria resolver el trámite, obtener la preciada licencia y pasar página. Pero no será tan fácil, claro está, porque sino no habría serie.

Borja Cobeaga ha tirado de su experiencia personal para tener la premisa a partir de la cual construir los seis episodios de esta comedia agridulce. Como protagonista sitúa a Lopetegui, un profesor universitario muy satisfecho de sí mismo, de los que no pone dieces pero a la vez vive corroído por la noción íntima que él mismo es el primero de los mediocres. Aspiraba a la gloria literaria y se ha quedado en cascarrabias. El padre ha muerto hace poco y le ha dejado, en precaria herencia, un coche destartaladísimo que le sabe mal hacer desguazar sin intentar al menos conducirlo. También es relativamente reciente su separación matrimonial, que lo ha dejado en una zona de grises: ella sigue teniendo las llaves de casa y él a menudo la utiliza de chófer para moverse por la ciudad.

Con estas piezas sobre el tablero, Cobeaga despliega su habitual mirada irónica y un poco nostálgica sobre determinados tics de la cultura española. Pero lo hace de manera claramente más introspectiva que en la célebre película Ocho apellidos vascos que lo catapultó a la fama. Dos personajes son fundamentales a la hora de catalizar el proceso de deconstrucció al que se enfrenta el antipático profesor Lopetegui, interpretado sobriamente pero con eficacia por Juan Diego Botto. Por un lado, está su profesor de autoescuela, un tipo más bien simple pero de buen corazón, que habla por los codos y llena su palabrería de frases vacías, lugares comunes y malos chistes. O sea, la combinación ideal para sacar al docto maestro universitario de quicio. Y, del otro, Yolanda (Lucía Caraballo), una alumna suya en la facultad, espontánea y sonriente, que acabará mostrándole cómo las cosas, a veces, son más sencillas de lo que parecen.

Habría sido demasiado fácil jugar la carta del amorío entre el profesor gruñón pero aún atractivo y la joven avispada que busca una alternativa a la lamentable figura paterna que tiene en casa. Pero Cobeaga prefiere esquivar el tópico y, sencillamente, hace pulular a ambos personajes por la situación absurda de tenerse que sacar el carnet a manos de un profesor que condensa una determinada visión de la España de décadas atrás. Los diálogos entre ellos dos son los momentos más abiertamente divertidos de la serie, porque el choque de personalidades no podía dar más juego de sí. Y la interpretación que hace David Lorente del tutor de conducción es, sencillamente, magistral.

‘No me gusta conducir’.

Que parte de la acción pase en Cuenca refuerza más la idea que estamos en lugares donde el rodillo de la modernidad, los frozen yoghourts y la kombucha todavía no han hecho estragos. De hecho, Lopetegui arrastra un trauma por el hecho de haber visto, de niño, la serie La segunda oportunidad, emitida por TVE a finales de los años setenta, y donde se mostraban de manera muy gráfica y explícita el amasijo de hierros al que quedaban reducidos los coches después de sufrir un accidente. El personaje parece no haber abandonado aún aquella época de Seats 127.

Pero no hay que sufrir en exceso. La mirada de Cobeaga es muy amable y a pesar de que juega con los estereotipos, nunca se ensaña y lo hace siempre desde el afecto. Se nota que todos los personajes, incluso los que juegan un rol antagonista, han sido escritos con la sonrisa en los labios. Y el hecho que haya actores de primer nivel junto a Botto, como Leonor Watling o Javier Cámara, le da al conjunto una solidez muy compacta. A pesar de que está muy serializada en seis episodios, no costaría mucho remontarla en una única película larga de dos horas y media. Esta sobriedad general le ha hecho merecedora de cuatro nominaciones a los premios Feroz y la convierte en la comedia favorita en la próxima entrega de estos galardones de la crítica.

Las crisis de mediana edad han sido pasto habitual de los guionistas de series. Pero No me gusta conducir tiene la originalidad que el protagonista no se enrolla con una chica a quien dobla la edad, ni se compra un Porsche para suplir determinadas carencias. El título de la serie hace referencia, en su lectura literal, a la dificultad de pilotar coches cuando no se tiene la vocación. Pero una interpretación más simbólica hace evidente que Cobeaga y compañía hablan, principalmente, sobre la necesidad obligada de ponerse al volante de la propia vida, cuando los padres ya no están. Bajo la cobertura costumbrista, hay cierto suspiro existencial.

Àlex Gutiérrez
Àlex Gutiérrez. Periodista especializado en medios de comunicación y audiovisual. Actualmente trabaja en el diario ARA, como jefe de la sección de Media y autor de la columna diaria ‘Pareu Màquines’, donde hace crítica de prensa. En la radio, colabora en ‘El Matí de Catalunya Ràdio’ y en el ‘Irradiador’, de iCatFM. También es profesor en la Universitat Pompeu Fabra. Su capacidad visionaria queda patente en una colección de unos cuantos miles de CDs, perfectamente inútiles en la era de la muerte de los soportes físicos.