Karra Elejalde (Vitoria-Gasteiz, 1960) no para. Su torrencial filmografía no engaña: muy poco después de estrenar “La vida padre” (Joaquín Mazón, 2022) y “Vasil” (Avelina Prat, 2022), ahora vuelve a estar de actualidad con la llegada a las salas de la comedia fantástica y familiar de Paco Caballero “Reyes contra Santa”, en la que interpreta a un rey Melchor que tiene que luchar contra un gran y poderoso enemigo que amenaza con acabar con la Navidad. Conversamos con el doblemente ganador del Goya (“También la lluvia”, “Ocho apellidos vascos”) sobre su facilidad para la comedia y también sobre Miguel de Unamuno. Sobre ser padre, ser director, ser mortal y trabajar en equipo.
“Reyes contra Santa” no es solo para los más pequeños de la casa.
Es para los niños y para los papás, y tiene una historia con diversas capas de lectura y una parte de pedagogía. Está muy bien que los niños aprendan que el Mal se puede acrecentar o minimizar según sus acciones.
¿Tenías experiencia en rodar con tantos efectos especiales como aquí?
Con tantos, no. Por ejemplo, tú vas con una moto y hay una persecución… pero la moto está quieta y, al lado, un croma verde o azul. Y no es hasta después que podrás ver si tu actuación está bien integrada con lo que te han dibujado a tu alrededor. Esta es una peli de esas. Y me ha encantado la experiencia.
Me gusta porque el guion logra decirnos que los Reyes, Santa Claus y otros personajes relacionados con estas fiestas existen, pero sin ser empalagoso, esquivando el azúcar.
Exactamente. Estamos haciendo la promoción de la película en franjas de edad en la que pueden haber niños mirándonos y escuchándonos, y les estamos diciendo que los Reyes Magos existen. O que existe un mundo mágico. Cuando me preguntan los periodistas sobre qué le voy a pedir a Melchor, yo respondo: “Que me perdone si lo he hecho mal en la película”. Tengo la responsabilidad de que a Melchor le guste o no lo que he hecho.
En “Reyes contra Santa” coincides con otro grande de la comedia, David Verdaguer. ¿Cómo fue vuestro encuentro? Cuando estáis juntos en plano, cuesta decidir a quién mirar y escuchar.
David y yo nos hemos querido mucho y nos hemos dado mucha fuerza. He hecho un amigazo. Nos adoramos. David tiene y el pulso y el sentido del ritmo que hace falta en la comedia, y los juega muy bien. Los tres reyes somos muy diferentes. David, como Gaspar, es el rey más carnal, el más romántico. Y el menos mágico de los tres. Es tan, tan humano que está a punto de desertar y dejar de colaborar con nosotros en el reparto de regalos. Baltasar, al que da vida Matías Janick, es un niño grande, el sabio, el marisabidillo. Es muy leído y un poco pagadito de sí mismo. Y Melchor es el más veterano, el sargento primero que se está planteando jubilarse. Son 2020 años siendo Rey Mago… ¡ya le empieza a doler todo!

Se nota que Paco Caballero, al que conocemos por comedias como “Donde caben dos” (2021) o “Amor de madre”, además de por varias series, tiene mucha experiencia en la comedia y sabe qué hace gracia y qué no.
Desde luego. Y, a pesar de lo gamberro que es Paco, también introduce una crítica al colonialismo cultural anglosajón. ¿Por qué lo llamamos Santa Claus y no Papá Noel, como antes? Nuestro Santa Claus, al que interpreta Andrés Almeida, es mexicano y un poco repelentillo, pero, al final, vamos a demostrar que, juntos los cuatro, somos muy potentes. Dejando al lado las rencillas, hacemos un tándem cojonudo.
Y ese sería el mensaje: juntos es mejor que en solitario.
Sí, que es mejor trabajar en equipo, no ser envidiosos y no abonar el Mal.
Acabas de estrenar “Vasil”, de Avelina Prat. Una comedia a las antípodas de esta. Si en “Reyes contra Santa” jugáis al humor más extrovertido, en “Vasil” apostáis por una comedia de los mínimos gestos, minimalista. Y ahí lo haces junto a otro gran actor de comedia, el búlgaro Ivan Barnev.
Es más difícil hacer comedia que hacer drama. Porque se puede llegar a la lágrima mediante muchos artificios. En la comedia, no. La comedia es algo muy raro. Y, además, no se sabe nunca cuándo funcionará o no. A veces estás en una boda, cuentas un chiste y triunfas. Al mes siguiente, estás en otra boda y cuentas el mismo chiste… ¡y no triunfas! O estás en el teatro, y el lunes, martes, miércoles y jueves se ríen contigo, pero llega el viernes y ya no. Y te preguntas qué ha pasado hoy, si lo estoy haciendo igual. En “Vasil”, Ivan y yo nos convertimos en el clown al uso, en el clown tradicional. Uno es el Augusto y el otro es el Gallardo.
Te gusta decir que la comedia surge del conflicto.
Sí, porque, para llegar a la comedia, siempre tenemos que provocar un conflicto entre los personajes. Si no hay conflicto, no hay comedia, ya sea en una historia pequeña como la de “Vasil” o en una grande como “Reyes contra Santa”. Pon a un personaje en problemas y, depende de cómo lo quieras llevar, lo conducirás al drama o a la comedia. La vida es así: si vemos a una pobre vieja que se cae en la nieve, lo primero que nos suscita es una risa, y luego nos enteramos de que quizás se ha roto el coxis, pobre. “Vasil” habla de lo ortopédicos que somos a la hora de comunicarnos. Mi personaje, que ya tiene problemas para comunicarse con su hija, interpretada por Alexandra Jiménez, va y topa con este búlgaro. Y la cosa se complica aún más.

Hablando de dramas, ¿sabes que hiciste llorar a miles de personas con “100 metros” (Marcel Barrena, 2016)?
Sí, lo sé. A veces, cuando hacemos una película, no nos damos cuenta de las consecuencias que puede tener luego en el público. En Santillana del Mar, una señora muy mayor se me acercó y me dijo: “Mira, a mí se me murió el marido, y mi familia se empeñó en que tenía que ver ‘Ocho apellidos vascos’ para que riera un poco. En ese momento, yo solo quería estar de luto y llorar, pensando que, como viuda, no tenía derecho a divertirme. Te quiero dar la gracias, Karra, por haber hecho la película y haberme hecho reír y pensar que la vida sigue”. Ahí pensé que nuestra profesión también sirve para dar felicidad a la gente.
El caso de esta señora no debe haber sido el único.
Es verdad, muchas personas me dicen: “Karra, gracias porque me divierto mucho contigo y me haces la vida más feliz”. No soy un médico, ni tampoco soy un bombero que salva a un niño, pero tengo una profesión bonita.
Desde “Torapia” (2004) no has vuelto a dirigir ningún otro largometraje. ¿Por qué?
Porque no tengo el dinero para hacer la película que yo haría. Si tengo que dirigir un largo, lo produciré yo, porque, si no, es la guerra infinita del “yo necesito” y el “yo no dispongo”. Si el guion dice que necesito siete helicópteros es que necesito siete helicópteros. Si no, no dirijo, porque las cosas se quedan al 25 por ciento de las expectativas que has generado. En fin, o me autoproduzco o encuentro a un productor del que me fíe. Y también me pasa que me siento más cómodo como actor, guionista o incluso maquillador que como director. Además, ni me sale a cuenta económicamente: gano más haciendo cuatro protas al año que invirtiendo dos años y pico de mi vida para poder dirigir.
Eres un perfeccionista: las cosas se hacen bien o no se hacen.
Efectivamente. Y yo no quiero sufrir en un rodaje. Interpretar es ‘jouer’ en francés, y ‘to play’ en inglés. Pues eso: yo quiero jugar.

Tu hija Ainara acaba de entrar en el mundo del cine, y nada más y nada menos que a las órdenes de Elena Trapé, en la película “Els Encantats”. ¿Tenía claro ella que lo suyo también era la interpretación?
Ainara lleva años estudiando para ser actriz, y no le asustan las cámaras ni los escenarios. Pero, como es hija de actores, siempre la van a comparar con nosotros dos, pobrecita. Tengo muchas ganas de ver su primer trabajo en el cine.
Acabemos hablando de Miguel de Unamuno, tu personaje en “Mientras dure la guerra” (2019), de Alejandro Amenábar. ¿Qué lección te has llevado para siempre de Unamuno? ¿Alguna frase? ¿Alguna reflexión?
Que en esta vida solo somos elementos y que no sabemos de dónde venimos y a dónde vamos. Soy un existencialista como Unamuno, y tengo el mismo enorme enfado que él. ¿Por qué? Pues porque algún día tenemos que morir. ¿Pero cuál es mi función en esta vida? ¿La estoy cumpliendo o no? Hay una mala organización en todo esto, porque, si a mí me habéis llamado para existir, al menos, decidme qué tengo que hacer aquí. Y si hay un premio por hacerlo bien. Tú vas a recepción a preguntarlo… y no hay nadie que te responda a estas preguntas vitales. Esta es una pelea constante con Dios, que creo que nos tendría que dar explicaciones. Y no lo hace. Esto me inquieta.
