Después de mostrarnos las atrocidades de Jeffrey Dahmer, el carnicero de Milwaukee, Ryan Murphy estreno al cabo de pocas semanas, y también en Netflix, una segunda serie menos sanguinaria pero no necesariamente menos inquietante. A la familia protagonista de The Watcher lo único que le llega a pasar es que un desconocido les envía cartas amenazantes. Pero, aun así, el resultado son siete capítulos llenos de desasosiego, presididos por el terror psicológico y el mal rollo. Y no es el único paralelismo que se puede trazar con Dahmer.
La historia parte de un caso real, pero el guionista y productor se ha tomado muchísimas libertades respecto a lo que explicaba el artículo del New York Magazine que lo puso sobre la pista del asunto. De hecho, se entusiasmó tanto con el reportaje y sus posibilidades narrativas que intentó comprar los derechos, pero alguien se le había avanzado: su amigo Eric Newman, responsable de Narcos: Mexico. Murphy le llamó, se ofreció a escribir el guion de balde y así se forjó la entente que ha permitido llegar a The Watcher.
La columna vertebral de la historia es el intento de los Brannock de instalarse en una casa de ensueño en un precioso barrio residencial de Westfield, New Jersey. Pero todo se tuerce cuando alguien que se autodenomina El Vigilante, y que afirma ser el guardián de la casa, empieza a enviarles cartas siniestras con amenazas primero veladas y, después, directas. La pareja ha hecho un esfuerzo económico importante, para poder adquirir el inmueble, así que irse comportaría perder dinero –la casa se devalúa, por motivos obvios– y una derrota moral que sobre todo el marido no está dispuesto a permitir, incluso aunque le cueste el matrimonio y la relación con el hijo y la hija.

Encontrar al culpable, aun así, será una quimera. Por un lado, la policía tiene una desidia absoluta y no piensa dedicar recursos a investigar un caso que no ha provocado aún ningún incidente. Del otro, los vecinos de la finca de delante y los de al lado son personajes extraños, hostiles y con una facilidad inquietante para colarse dentro de la casa que los Brannock querían que fuera su castillo.
A partir de esta premisa, el showrunner crea un whodunnit enfermizo, donde todos los personajes secundarios parecen sospechosos y son ciertamente grotescos. A ratos, la atmósfera recuerda a La semilla del diablo, con aquel culto satánico viviendo con normalidad en el Upper West de Nueva York. Y que Mia Farrow interprete uno de los papeles refuerza aún más la conexión. En otros momentos, la cinematografía estridente lo acerca a Blue Velvet, y los personajes freaks parecen salidos de Twin Peaks, de David Lynch. De nuevo, que la hija del genial director –Jennifer Lynch– sea la encargada de filmar uno de los episodios hace pensar que todo ellos es una decisión consciente.
Como trama de misterio, la serie trabaja demasiado forzada y algunas de las vías que se abren son inverosímiles en exceso. Hay momentos que todo parece que tenga que derivar hacia una historia de terror sobrenatural. Pero si se obvia esta excesiva sumisión a las exigencias de la intriga, el retrato que se hace de la vida en los barrios residenciales de césped perfectamente segado es potente y contiene bastante mala leche como para hacérselo perdonar.

Además, Naomi Watts y Bobby Cannavale ofrecen muy buenas interpretaciones en el papel del matrimonio titular. El matrimonio ha estirado más el brazo que la manga para poder formar parte de la acomodada comunidad de Westfield, y el resto de fuerzas vivas los consideran unos intrusos descastados e indignos. Esto abre una grieta en la pareja y el retrato de esta autodestrucción por la necesidad de aceptación acaba siendo la aportación más valiosa de la serie.
Y aquí es donde se nota el sello Murphy y se puede trazar otro vínculo con Dahmer. El sentimiento de inadecuación, de no ser bastante dignos, es uno de los temas que el showrunner ha explorado con más acierto, a menudo ligado a la denuncia de los estigmas que han sufrido las personas LGTBIQ+. Lo encontramos también en otras series dispares de Murphy, como por ejemplo American Crime Story: the assassination of Gianni Versace o en American Horror Story.
En The Watcher no hay un retrato de la homofobia como en tantos otros títulos suyos, pero sí que se retrata la crisis de la masculinidad hetero testosterónica tradicional. La serie es especialmente cruel con el padre: poco cultivado pero con una mujer preciosa de la que poder presumir y validarse, con problemas de ira evidentes y obsesionado en mantener a su hija adolescente lejos de las miradas masculinas hasta un punto preocupante, posesivo y castrador. El misterio en el entorno de la casa es, en realidad, la excusa para asistir a un proceso de autodestrucción de primer orden.
