El pasado 10 de octubre, Movistar Plus+ estrenó ‘Los 8 de Irak’, su nueva serie documental –producida en colaboración con 100 Balas (THE MEDIAPRO STUDIO)- que narra el mayor ataque contra el Centro Nacional de Inteligencia. Pero no solo el mayor ataque, sino su mayor herida.
Durante los cuatro capítulos que dura, explican el antes, el durante y el después de la emboscada que vivieron ocho agentes secretos españoles, el 29 de noviembre de 2003 en Irak, y que acabó con sus vidas.
Nos cuentan el contexto geopolítico convulso que provocó ese fatal desenlace. Como también dejan que entremos al siempre hermético CNI para entender mejor sus misiones, sus trabajos y a los pocos elegidos para desempeñarlos. Todo ello, a través de más de 30 entrevistas, 40 localizaciones y una factura impecable de la mano de Fátima Lianes.
Si algo destaca de ‘Los 8 de Irak’ es la capacidad de crear un thriller emocional, de una historia que había sido olvidada y que merecía ser rescatada. La narración logra mantener el interés en cada una de sus entregas, con inicios prometedores y cliffhangers integrados de una forma tan orgánica que parece que hasta la vida real los tuviera.
Pero lo que de verdad conquista en ‘Los 8 de Irak’ es la emoción que se palpa en todo el relato. La herida que aún se siente abierta en cada uno de los testimonios que participan. La voz quebrada de agentes preparados para aguantar de todo, excepto el recuerdo de aquellos “8 de Irak” que no debían estar allí. Esa emoción es la que hace de este documental el homenaje que merecían.
Una clase introductoria de cómo funciona el CNI

El secretismo es clave para el funcionamiento de cualquier Centro Nacional de Inteligenciade un país.Por lo que, cualquier resquicio de introducción en él genera en el espectador un interés mayor que por cualquier otro servicio del Estado.
Y ese es uno de los atractivos de ‘Los 8 de Irak’, que saca a la luz algunos de los procesos de los que nunca suelen hablar: desde cómo fichan a sus intérpretes, cómo escogen a sus agentes o las pruebas que les hacen. Seguramente, solo es la punta del iceberg de su trabajo, pero para los mundanos es oro.
También dejan algunas de las frases que transmiten su filosofía profesional: “En Inteligencia decimos que las casualidades no existen”, “cada uno recuerda, no necesariamente lo que ocurrió, sino lo que cree que ocurrió”, “lo que está escrito, está escrito” o “¿quiénes son los malos?”, son algunos ejemplos.
Además, el documental da voz a testimonios que pocas veces dejan verse en público: coordinadores de misiones, responsables de operaciones especiales, exdirectores de Inteligencia, exagentes de la CIA, comandantes del ejército… a los que vemos por primera vez reflexionar sobre aciertos o errores de su mundo. Todo ello envuelto en unas imágenes de archivo que acaban de redondear esa clase para principiantes.

La dolorosa emboscada como clímax de la historia
Desde que arranca la historia, todo lleva al momento de la emboscada. A un clímax que mantiene al espectador en el dilema de no querer llegar nunca a que ocurra y querer verlo para intentar descubrir qué fue lo que pasó realmente aquella tarde.
El recuerdo de uno de los testimonios, que compara la vida normal de Madrid durante aquel 29 de noviembre con lo que sabía que estaba ocurriendo en Irak, es desgarrador. Como también lo son los corazones en la garganta que explican cómo se sintieron al perder a sus compañeros.
Pero aún es más impactante la recreación del ataque que sufrieron los dos vehículos, por un tercero que les persiguió con Kalashnikov y que provocó las primeras heridas. Para ser rematados por otros francotiradores desde lugares lejanos.
Una secuencia que genera angustia por imaginar lo que vivieron aquellos agentes. Nuestros agentes. Una angustia que se multiplica tras subrayar que en aquel contexto histórico fueron unos mandatarios los que nos pusieron en el mapa por unas armas de destrucción masiva que nunca existieron.
“Nosotros no deberíamos estar aquí” dijo uno de aquellos “8 de Irak” semanas antes de la emboscada. Y así era. Certeza que hemos comprobado casi 20 años después, y que provoca una indignación mayor por haber perdido a ocho de los nuestros, innecesariamente.

El homenaje que les debíamos a ‘Los 8 de aquí’
A partir de una imagen que se queda en la retina, en la que ‘Los 8 de Irak’ posan en la que iba a ser su última fotografía juntos, el documental pone nombre, apellidos e historia a los protagonistas de la mayor herida del CNI.
Alberto Martínez era “el hombre de Irak”, el escogido, el protagonista; Ignacio Zanón llegaba por su experiencia, tras haber sido padre reciente de una hija a la que nunca llegó a ver; José Lucas Egea estaba casado, como José Merino al que le esperaban en casa su mujer y sus dos hijos; Carlos Baró era un líder nato, sin miedo a la muerte; Alfonso Vega prefería estar en la sombra para proteger al grupo desde la distancia; José Carlos Rodríguez había llegado a Irak tres días antes del ataque para reconocer el terreno; después regresaría a España para más adelante incorporarse definitivamente al destino.
Para el espectador ya es imposible llamarles “los 8 de Irak”, porque pasan a formar parte de nuestra familia. De nuestra historia. De nuestra memoria. Y cuando les recordamos, vuelven a existir. Y ese es el mejor homenaje que puede lograr un documental así.
