Es difícil ver, al principio, por qué a Mike Tyson no le ha gustado la serie que han hecho sobre su vida. Porque todo lo que hace la serie parece dirigido a conseguir que el personaje te caiga bien. Empieza con el famoso mordisco y posteriormente da marcha atrás para hacer un retrato de Mike Tyson basado en una infancia difícil marcada por la falta de afecto. Ni su padre, ausente; ni su madre, que nunca dio un duro por él; ni los chicos del barrio, que le hacían bullying (lo que lo llevó a dejar de ir a la escuela). Ni siquiera su hermana, que es la que más llega a preocuparse por él. Nadie supo darle a Mike Tyson el afecto que necesitaba un niño sensible, curtido a la fuerza en un barrio difícil donde el camino predeterminado era el de la delincuencia. Mike Tyson acabó en la cárcel cuando todavía era adolescente. Su vida aparentemente vista para sentencia. Pero la necesidad de afecto, nos cuenta la serie, fue también la que lo salvó.
En la cárcel encontró a un exboxeador que le enseñó a boxear y se preocupó por él. Lo de que se preocuparan por él era lo que más chocaba a ese chico acostumbrado a que lo dejaran a su suerte. Su primer entrenador profesional, interpretado por Harvey Keitel, lo adoptó como a un hijo, incluso se lo llevó a vivir a su casa, y él respondió convirtiéndose en la bestia que éste esperaba de él. La bestia llamada Mike Tyson. En este punto, la serie ha conseguido hacer un retrato inesperado del boxeador, especialmente de uno que es conocido por el hecho de haber sido capaz de morder la oreja de su contrincante. Lo ha presentado como alguien que más que pegar golpes, lo que necesitaba era un abrazo, alguien que le escuchara, que creyera en él. El actor, Trevante Rhodes, ha sabido invocarlo en un espíritu fiero pero sobre todo sensible. A lo largo de su carrera va a tener varias personas que hagan exactamente esto por él. Algunas por interés, otras de forma genuina, pero el mal ya está hecho. Algo dentro de la psicología de Mike Tyson ha llegado a la conclusión de que no lo merece. Va a intentar seguir obteniendo este afecto en el ring. Pega para obtener el amor del público y la recompensa de quienes creen en él como deportista.

La serie construye este relato con una gran eficacia, reduciendo el boxeo a escenas muy concretas, porque lo que le interesa explicar es quién es la persona que había detrás del éxito, y utiliza varias técnicas (ruptura de la cuarta pared incluida) para hacerlo cercano. Hasta que la miniserie lanza un puñetazo inesperado hacia la audiencia, mandándola tambaleando en dirección contraria. Hay un episodio en el que Tyson deja de ser protagonista y cede el micrófono a Desirée Washington, una joven de 18 años que fue violada por el boxeador. Es el episodio clave porque vemos cómo son compatibles las heridas que arrastra el personaje y que sea un individuo vomitivo. Es compatible sufrir dolor y ocasionarlo en los demás. Lo que no es tan compatible es que el personaje te caiga bien y que provoque rechazo al mismo tiempo, que es lo que provoca la historia de Desirée Washington. El episodio negocia entre la decisión de contar la historia del punto de vista de ella y no ser tan crudo como para provocar un rechazo definitivo en la audiencia. Para ello evita mostrar de forma gráfica la violación, durante la cual la cámara muestra el rostro de ella y no el de él. Si lo hubieran hecho al revés, la audiencia, puesta en la piel de la víctima, no habría querido mirar ni un segundo más del personaje.

Habrá quien argumentará que debería haberse hecho así igualmente y quizás tenga razón. También habrá quién dirá que no es éticamente correcto centrar un episodio en una superviviente que desde que ganó el juicio ha querido dejar atrás este momento de su vida. Y es cierto. La serie busca un punto medio: necesita explicar la historia de ella y lo hace de la forma más empática posible al mismo tiempo que preserva mínimamente a Tyson como protagonista. Que el resultado sea justo es algo que puede ser debatido durante horas. Lo que es seguro es que este episodio es suficiente como para ensombrecer al personaje durante el resto de la miniserie. «¿Ahora ya no me amas, verdad?» dice mirando al espectador. Disparar contra el protagonista, aún con estos matices, es algo poco habitual en una serie biográfica y es una decisión valiente por parte del creador de la serie, Steven Rogers, que pone a la audiencia contra las cuerdas y sin dejarle escapatoria, como un buen boxeador, y señala los peligros de convertir en icono de algo (en este caso de la comunidad afroamericana) a quien no debería ser icono de nada, y como esta misma condición de icono ofrece un manto de protección que puede hacer al personaje intocable. Seguramente el énfasis en este episodio violento de su vida es lo que ha provocado que Mike Tyson haya declarado estar en contra de la miniserie, que se ha hecho sin su autorización (otro tema ético a debatir). También es el motivo principal por el que nosotros te la recomendamos.
