Tom Cruise hace una declaración de amor al personaje y al estilo de cine que lo lanzaron al estrellato en una emocionante reflexión sobre la nostalgia y el tiempo
En el documental “Val”, que se puede ver en Filmin, Val Kilmer afirma que “Top Gun” tenía un mal guion pero que si le gustó trabajar en ella es por la energía y el entusiasmo del director Tony Scott. Es un buen resumen. De todas las películas de los 80 que se han entronizado gracias a la tendencia colectiva a mirar atrás, esta es una de las más irregulares y discutibles. Es muy hija de su era (Reagan, para ser más concretos), la historia de amor prioriza más la estética que la convicción y algunos diálogos están tan mal escritos que rayan la parodia. Pero lo que la hace envejecer peor es el tufo ideológico, porque al final no deja de ser un enaltecimiento de los valores militares en una América que se encontraba en plena locura de recogimiento ante los enemigos exteriores. Pero como bien dice Kilmer, quien la redime es Tony Scott. Es el cineasta quien, con su narrativa visual y su gusto por las imágenes perdurables, acaba convirtiendo el film en un espectáculo sin complejos que, visto ahora, se ha vuelto deliciosamente kitsch. Por eso “Top Gun: Maverick” va dedicada a Scott: Tom Cruise ha decidido convertir esta secuela largamente esperada en una declaración de amor al personaje y al estilo de cine que lo lanzó al estrellato, y también en una inteligente (y emotiva) reflexión sobre la imposibilidad de parar el tiempo. Todo, absolutamente todo en la película está articulado a partir de este relato, y lo mejor es que lo hace dando un nuevo sentido dramático al original, dejando de lado sus tics propagandísticos y consiguiendo que la historia de amor resulte verosímil y empática. Y es, como era de prever tratándose de Cruise, una reivindicación de las experiencias genuinas ante la ligereza del CGI.
El argumento de “Top Gun” ya es, por sí mismo, una síntesis del discurso de la película. El protagonista no ha ascendido de rango porque ha preferido preservar su manera de vivir y se dedica a hacer de piloto de pruebas, convencido de que el toque humano nunca podrá ser sustituido por la tecnología. Pero le llaman de Top Gun para que entrene a un grupo de jóvenes pilotos seleccionados para una misión casi suicida. El problema del encargo, además de tener el reloj en contra, es que entre los escogidos está Rooster, el hijo de su añorado Goose. Por lo tanto, Maverick tendrá finalmente que reabrir aquellas carpetas de su vida que se resisten a cerrarse y que le obligan a aceptar que el tiempo nunca cura absolutamente nada.

“Top Gun: Maverick” es una demostración de cómo hacer una secuela. Habla de la transformación de aquellas cosas que vemos inamovibles, de la amistad y la pérdida, y de la vigencia del cine con el que hemos crecido. Y también consigue ser mejor película de acción que su predecesora: por tangible, ya que apela a la sensación de verdad ante los simulacros digitales, pero también por su manera de narrar, ya que aquí sufres por los personajes y sus debilidades. En el fondo, Cruise vuelve a hablar de uno de sus temas preferidos, la mortalidad. Aquella idea, también muy propia de las aventuras del agente Ethan Hunt o de sus trabajos con grandes cineastas, que estamos abocados a desaparecer pero al final el verdadero triunfo es la huella que dejas. Todo ello abordado desde una honestidad que lo convierte en un blockbuster tan inesperado como modélico. Un buen ejemplo del rigor dramático de la película es la escena en la que Maverick y Rooster se encuentran por primera vez. Es una escena que llega a parecer de western, en un bar lleno de gente en la que director y guionistas juegan con el punto de vista para subrayar la importancia de una mirada que irradia dolor y sintetiza, en un solo momento, el vínculo de todos los personajes que forman parte de ella. Incluso los que ya no están. Por secuencias como esta la película vuelve a demostrar que Cruise es uno de los grandes valedores de la narrativa cinematográfica y, especialmente, de la necesidad de verla en pantalla grande.
