La nueva película de Ti West recupera la esencia del terror contemporáneo con un extraordinario relato sobre la vejez, el miedo y el sexo
Hay una línea muy fina entre el homenaje y la repetición. En tiempo de nostalgias desbocadas y una extraña necesidad de recrear el tiempo pasado, hay muchas películas también de terror, que se amparan en la reivindicación de una manera de hacer cine para justificar la repetición de viejos esquemas. Las que acaban trascendiendo son aquellas que entienden que la actualización o reanudación de un estilo puede perfectamente compatible con una aproximación original a los temas tradicionales.
Es el caso de “X”, una verdadera joya del guionista y director Ti West que obra el milagro de apelar a los clásicos (“La Matanza de Texas”, sí pero además también a “Viernes 13”, “La última casa de la izquierda” y el cine transgresor independiente norte americano de los años 70) mientras encuentra una identidad propia basada en la reflexión, tan cruda como pertinente, sobre el punto de vista del género y sus lecturas sociopolíticas, uno de sus pilares fundamentales.

Así, West da una vuelta al canon subvirtiéndolo prácticamente todo: desde los códigos de representación de heroínas del “slasher” (la “final girl” que encarna la maravillosa Mia Goth, trabajada al milímetro) hasta las motivaciones de los teóricos monstruos de la función. Porque resulta que “X”, además de ser un ejercicio de suspense y de terror superlativo, es también una de las reflexiones más lúcidas que ha hecho el género sobre la vejez, la tiranía del tiempo y el miedo al desvanecimiento. Sin entrar en detalles, solamente decir que consigue hitos poco habituales como hacerte entender el horror sin justificarlo, o tener una pulsión de malsano romanticismo en medio de un festival de atrocidades que te deja aturdido.
“X” empieza con un buen puñado de “slashers” de la década que toma como referencia. Un grupo de mujeres y hombres entregados a la causa del porno, que viajan por carretera a una casa de la América rural para rodar una película que los tiene que rescatar del anonimato y garantizar un futuro mejor. El hombre que les alquila la casa es todo extrañeza y desconfianza, y su mujer, una presencia casi espectral que les observa en la lejanía. West construye una atmósfera que, incluso cuando se limita a sugerir más que a mostrar, genera una tensión tan persistente como asfixiante. Todo lo que sucede en la escena (incluso el plano: este es uno de los casos en que el encuadre “explica” cosas, como pasaba con las grandes obras de los 70) te lleva a la posibilidad de una catarsis, de un estallido de violencia que escala con la misma intensidad que la película, que va subiendo de tono.

En este sentido, el director hace un uso muy apropiado de las transiciones y los montajes paralelos, que en todo momento crean una sinergia muy elocuente entre dos mundos destinados a colidir. Pero, decíamos, esto no va solamente de crear el contexto para un (excelente) encadenado de salvajadas que cortan la respiración. Rodada a conciencia y con una sensibilidad tan perturbadora como desbordante, hay todo un tratado sobre los miedos, la moral y la imagen de uno mismo, sobre el sexo como instrumento arrojadizo y la losa de una sociedad que te castiga por envejecer.
West consigue conmover, divertir y estremecer en una misma secuencia. Que tengas miedo al monstruo mientras te preguntas si, en el fondo, tu eres uno de ellos o eres cómplice de sus mutaciones. “X” hace el mejor homenaje posible al género porque le devuelve su capacidad para abrir debates esenciales de nuestro tiempo. Por eso es una película imprescindible.