La aproximación de Matt Reeves se adentra en las atmósferas más turbias del personaje, muy bien recreado por Robert Pattinson.

Hay tantas adaptaciones de Batman como diálogos del personaje con su propio tiempo. Por lo tanto, afrontar una nueva película sobre su imaginario era, como mínimo, arriesgado. Tim Burton y Christopher Nolan habían construido relatos tan poderosos que podría llegar a parecer que quedaba poco por contar. Pero Matt Reeves es seguramente el primer cineasta que apuesta por subrayar una idea a menudo olvidada: Batman no es un superhéroe, sino el símbolo del miedo colectivo ante las tinieblas. Es, más que un antídoto, una reacción a lo que hay de turbio y podrido en aquellas realidades que nos cuesta mirar de cara. Por eso “The Batman” no es una génesis propiamente dicha, ni se recrea particularmente en mostrar el origen del trauma que justifica disfrazarse de murciélago. Al contrario, lo muestra desde el inicio, a partir de la sucesión de reacciones ante su inminente presencia, como una palpitación, un escalofrío. Aquello que nos devuelve la oscuridad cuando fingimos que no existe. No en vano la presentación de los dos antagonistas de la película es visualmente similar: The Riddler, apareciendo detrás su víctima (tal como sucede en un “slasher”) como si su presencia fuera inapreciable entre sombras; Batman, emergiendo de un callejón que no parece tener final y precedido por el sonido monstruoso de sus pasos. Reeves, alejándose de la historia tradicional de superhéroes, ha preferido rodar un “noir” protagonizado por un detective en busca de una brújula moral, especialmente a partir del momento que descubre que aquello con lo que pretende justificar sus actos (el padre ausente) es tan ambiguo y cuestionable como él mismo.

“The Batman” se erige en una de las mejores versiones que se han hecho sobre el personaje gracias a dos aspectos muy trabajados. El primero, la forma, porque Reeves entiende muy bien que las texturas son fundamentales para dotarlo de alma. Pasa, por ejemplo, con su manera de introducirlo en todas las escenas, donde su presencia siempre altera la lógica de los acontecimientos y genera una perturbación en el entorno. Lo es por él y por la manera en que observa la realidad (impecable uso del punto de vista) y también para quienes lo miran desconcertados y atemorizados. Este gusto por la narrativa visual también se expresa con brillantez en todas las secuencias entre Batman y Catwoman, con esta recreación casi pictórica de sus figuras ante un paisaje en construcción que no deja ser una metáfora de su relación.

Robert Pattison en ‘The Batman’.

El segundo aspecto, el que realmente enriquece la película, son los numerosos matices con los que el director describe el personaje principal para significarlo ante sus predecesores, de los que nunca reniega. Estos detalles van desde la escultura en el despacho, que remite a la serie de los años 60, hasta la sensacional idea de mostrarlo como un vampiro que rechaza la luz del sol. O ese feliz hallazgo de hacer que los personajes se comuniquen a través de filtros y de mutua observación, o la misma configuración estética de Bruce Wayne, heredera de las estrellas del cine mudo. Tanto en un caso como en el otro, el legado de Hitchcock está muy presente. No es ninguna casualidad, porque la película es, como el cómic en el que se basa, una suma de géneros, ambivalencias y relecturas. Un viaje tan largo como desasosegante en el que conviven la dimensión épica con los terrores domésticos, las grandes persecuciones con planos tan sutiles (y elocuentes) como el que cierra el film. En medio de todo esto, Robert Pattison consigue que cuando se pone el uniforme te parezca que ves al personaje por primera vez en una pantalla. Y eso tiene mucho mérito.

Pep Prieto. Periodista y escritor. Crítico de series en ‘El Món a RAC1’ y en el programa ‘Àrtic’ de Betevé. Autor del ensayo ‘Al filo del mañana’, sobre cine de viajes en el tiempo, y de ‘Poder absoluto’, sobre cine y política.