Definitivamente situada entre nuestras actrices más aplaudidas y solicitadas después del éxito de “Ane” (2020), por la que ganó el Goya, Patricia López Arnaiz (Vitoria, 1981) estrena ahora “La cima”, de Ibon Cormenzana, en la que interpreta a una alpinista que coincide, en el ascenso al mítico Annapurna, con otro escalador, encarnado por Javier Rey. Una historia de superación y complicidad que pondrá a prueba la fortaleza física y mental de ambos. Hablamos con ella sobre esta película intimista por la que recogerá tantos aplausos como por las series “La Peste” (Movistar+), “La otra mirada” (TVE) o la reciente “Feria: La luz más oscura” (Netflix), o por films como “La hija” (Manuel Martín Cuenca, 2021) y las populares películas de la Trilogía del Baztán.  

Una de las cosas que más me gustan y valoro de Ione, tu personaje en “La cima”, son sus matices y su riesgo. No es simpática, ni antipática, no es perfecta, ni imperfecta. Ione no está dibujada para que te caiga bien, sino que ella es como es, con todo tipo de estados de ánimo. Incluso en algún momento, como espectador, te cae mal.

Es una propuesta que ya venía del guion y que describe la situación en la que se encuentra esta mujer, de crisis existencial. Está como descreída, en ese punto en el que la vida le acaba de pegar un buen golpe y está completamente desconcertada. Y nada es lo que ella soñaba y por lo que ella apostaba. Tiene algo como arisco, sobre todo, al principio de la película. A mí me gustan los personajes así, con dobleces. No es que Ione no pueda ser amable, ni simpática, y, de hecho, vemos que al final es una gran compañera, pero está herida y está escupiendo toda esa rabia que tiene contenida.

«Existe la sensación de que te la juegas en cada trabajo. Nadie se relaja en este oficio.»

¿Dónde rodasteis? ¿Hay muchos cromas, o menos de lo que parece? O sea, ¿pasasteis frío de verdad?

Buffff, ¡pasamos mucho frío! Fue en la época del Filomena. Estábamos rodando en Benasque, en el Pirineo, y llegábamos a menos 17 grados… O sea, fue muy bestia. Tuvimos cromas, más que nada, porque teníamos que poner el Annapurna detrás, pero estuvimos filmando a casi 3.000 metros. Vivimos miles de aventuras. ¡Tormentas de nieve! Subir, bajar, ir con las motos de nieve, problemas con el clima… Durante la primera semana, cuando grabábamos interiores, yo llevaba cuatro pantalones. Una cosa bárbara. Y un compañero, por ejemplo, tuvo un problema en la mano. Filmamos en localizaciones muy cañeras. El refugio, desde fuera, es una localización real a la que solo se podía subir andando. La parte de infraestructura técnica se subía en helicóptero, y nosotros, a pie. Fue una odisea. Las localizaciones, sí, son reales, y se nota, ¿no?

Sí, sí, se nota. Ahora perdóname por el juego de palabras fácil, pero ¿consideras que estás en “La cima” como actriz? ¿O, en esta profesión, nunca se está en la cima y siempre vuelves, o puedes volver, al pie de la montaña? Y tienes que estar preparada para ello.

Sí, esto es como la montaña: nada es seguro. De hecho, para los alpinistas, para los himalayistas lo más peligroso es bajar. Solo estás segura en la base. Una vez que decides jugar a esta montaña de la interpretación, la incertidumbre está siempre ahí. No es como en otros trabajos, donde puedes conseguir un lugar y un puesto seguro. Aquí puedes conseguir un sitio, pero ese sitio siempre está amenazado, entre comillas. Después también puedes caer en picado. De momento, tengo mucho por descubrir de esta profesión. Es verdad que oyes hablar a los compañeros sobre gente súper solvente y con un montón de premios que, luego, se tira un montón de años sin trabajar. Existe la sensación de que te la juegas en cada trabajo. Nadie se relaja en este oficio.

Después de algunos personajes, en el cine o en la televisión, de mujer rica, de mujer con mundo o de mujer con ciertos privilegios, tu papel en “Ane” (David Pérez Sañudo, 2020) te permitió hacer de mujer digamos normal, terrenal, con problemas para pagar la luz o para llegar a final de mes. ¿Tú lo ves así? ¿Le diste tu bienvenida?

Totalmente, bienvenida. Me apetecía mucho pisar el barro, tener personajes con más imperfecciones, con más colores. Las imperfecciones de Lide no solo vienen de su trabajo y de su sueldo, sino de su carácter.  Un carácter que se parece un poco al de Ione en “La cima”. Esa bordería de la que hablábamos antes, esa parquedad y sequedad. Sí que es verdad que, antes de “Ane”, había hecho personajes más solemnes y más pendientes de la mirada de los otros. A Ione le da igual lo que piensen de ella.

Patricia López Arnaiz en ‘Ane’.

Vamos a un poco antes en tu trayectoria. Llevas en el cine desde 2010, y un día llega a tu vida el personaje de Rosaura Salazar de la llamada Trilogía del Baztán. Es el papel que interpretas en “El guardián invisible” (2017), “Legado en los huesos” (2019) y “Ofrenda a la tormenta” (2020), dirigidas por Fernando González Molina, sobre las novelas de Dolores Redondo.  ¿Ahí todo empezó a cambiar? ¿Qué le debes a Rosaura Salazar?

A Rosaura Salazar le debo mucho, mucho, mucho, sí. Le debo poder dedicarme a esta profesión. En la Trilogía del Baztán, Rosaura es un personaje secundario, pero me ha abierto las puertas de otros muchos más. A veces piensas que hay trabajos que no te aportarán nada, y sí lo hacen. Y también sucede al revés. Puede ser que hagas un personaje al que no le das mucha importancia, pero resulta que alguien te vio ahí y piensa que le funcionarás en un proyecto suyo. Cuando acabé de rodar “El guardián invisible”, volví a trabajar al comedor de la ikastola. Pensé: “Bueno, he hecho esta película, pero de aquí a que salga otra…”. Aguanté en el comedor y en una sala de conciertos donde también trabajaba unos meses más. Después hice la serie “La Peste” (Movistar+, 2018-2019) y, al acabarla, en vez de volver a pedir la excedencia, ya pedí la baja. Sí, desde “El guardián invisible” ha sido un no parar.

Me fascina tu voz. Una voz educada, clara. ¿Esta voz viene de serie, siempre la has tenido? ¿La trabajas mucho? ¿La cuidas especialmente?

Es curioso, siempre hacen alusión a mi voz, pero es algo que no acabo de entender o comprender, porque yo no la oigo.

¡Pues es fantástica!

Hay mucha gente que me reconoce por la voz. Debe ser algo característico mío. No sé cómo debe sonar. Como me formé en teatro, sí que teníamos esa parte de dicción que a mí me gustaba, y creo que no se me daba mal. La voz es un misterio, es como la huella dactilar, es identidad. Los personajes me cambian la voz, pero sin proponérmelo de antemano, sino que es fruto del propio trabajo emocional y de los diálogos que me colocan en un sitio u otro. Puedo tener una voz grave o más infantilizada. Me gusta lo que me has dicho, porque nadie me había dado adjetivos para mi voz, y tú me has dicho ‘educada’ y ‘clara’.

Patricia López Arnaiz en ‘La cima’

Uno mira la cartelera, mira las películas y las series que se están rodando, y, por suerte, hay todo tipo de personajes femeninos, de todas las edades, nacionalidades, bolsillos y situaciones personales. ¿Por qué crees que se ha tardado tanto en conseguirlo?

Creo que todo ha sido gracias a las iniciativas actuales que trabajan para que haya esa equidad entre géneros. Las mujeres estaban relegadas en el cine no solo como protagonistas, sino también como directoras o guionistas. Antes, ellas apoyaban el trabajo de los hombres y tenían menos oportunidades para poder contar sus propios relatos, y ahora se les ha dado más oportunidades. Y las voces de las mujeres nos van a hablar de las mujeres de una manera más certera, saliéndonos un poco de los estereotipos. Nos contarán más de cerca cómo son. ¿Por qué no hay en el cine personajes de mujeres de 40 años que, de repente, pueden hacer tonterías por la calle con una amiga? Yo misma lo hago en mi vida real. Pero, poco a poco, el abanico de personajes femeninos se va haciendo más amplio, complejo y rico. Me encantó una película reciente, “La vida era eso”, de David Martín de los Santos, porque estaba protagonizado por una mujer mayor que tenía su propia vida, más allá de su familia, con sus inquietudes y su propio erotismo. En el cine, a una mujer de 75 años la hemos visto siempre como la abuela.

¿Te han comparado con otras actrices? Con permiso, enseguida que vi varios papeles tuyos, dije: “Patricia López Arnaiz es nuestra Annette Bening”.

¡Ahí va, ja, ja! Me han hecho muchos parecidos razonables, cosa que me encanta, pero no hay ninguno que se haya repetido mucho. En mis inicios, me llamaban Pilar. Ahora, menos. Seguramente, porque me mezclaban con Pilar López de Ayala, como las dos tenemos las mismas iniciales, PLA… Un profesor me dijo que yo era una actriz tipo Katharine Hepburn, y no porque me pareciera, no.

Pero no haces comedias como Katharine Hepburn. ¿Por qué? ¿Te ven seria?

Ya llegarán. De hecho, alguna propuesta de comedia me ha llegado, pero al final no pudo ser. Tengo ganas, porque llevo hechas muchas tragedias.

Javier Rey y Patricia López Arnaiz en ‘La cima’.

Yo quiero verte divirtiéndote y divirtiéndonos.

Sí, y creo que merezco la oportunidad.

¿Cuántos guiones de proyectos y ofertas de trabajo tienes por leer, o ya leídos, esparcidos por tu casa?

Desde que se estrenó “Ane”, hace un año y medio, ha sido un momento increíble de llegarme un montón de propuestas. Algo exagerado dentro de mi experiencia. Y, al final, solo tenemos 12 meses al año… Y he tenido la suerte de poder elegir. La de la elección es una parte que no es fácil, sobre todo, cuando tienes que hacerlo entre proyectos que te gustan. Y porque también hay proyectos que arrancan y luego se mueven por culpa de las fechas, y resulta que ahí ya tenías otra cosa prevista. Todo esto es nuevo, porque nunca había tenido la fortuna de tener tantos guiones sobre la mesa.

Estudiaste Publicidad y Relaciones Públicas, ¿porque te interesaba o por si acaso lo de la interpretación no iba bien? ¿Qué aprendiste de esos estudios?

El teatro lo descubrí, y pensé en él como profesión, después de la carrera, a los 25 años. De joven, ni siquiera era mi segunda opción. Me planté con 17 o 18 años y tenía que matricularme en algo, y no tenía nada claro. Sí que me apetecía hacer algo creativo, y, de hecho, en lo primero que pensé fue en Bellas Artes, pero, como tampoco sabes cómo estará el mercado laboral, lo dejé correr. Así pues, opté por la publicidad, que también me parecía creativa y, encima, tenía más posibilidades de encontrar trabajo después. O así lo creía yo. Dicen que la primera carrera que haces es la carrera para tener contentos a tus padres. Al acabar la carrera, seguí con mi búsqueda y, lo que decía, entonces descubrí el teatro.

¿Fue el rodaje de “Mediterráneo” (Marcel Barrena, 2021) una de esas experiencias profesionalmente cortas, pero que te llenan de emoción personal y que van directas a tu corazón?

Fue muy bonito, impresionante, por la temática del proyecto. Y por tener que documentarme y conocer esa realidad más de cerca. Uno vive en su pequeña realidad, y hay tantas cosas que están pasando en el mundo y que desconocemos porque estás como en una burbuja. Una de las cosas que puede hacer el cine es acercar realidades que nos ayudan a empatizar más con los demás y a poder profundizar, en este caso, en el tema de la inmigración. En “Mediterráneo” solo tenía una secuencia, pero estuve en Grecia tres días, y ahí me encontré con antiguos compañeros y compañeras.

Pere Vall
Pere Vall es periodista cultural y del mundo de la farándula en general, especializado en cine. Colabora en Time Out, Ara, RNE y Catalunya Ràdio, y fue redactor jefe en Barcelona de la revista Fotogramas durante más de 20 años. Fanático de Fellini, de las películas de terror buenas, regulares y malas, y del humor y la comedia en general. De pequeño quería parecerse a Alain Delon, y ha acabado con una cierta semejanza a Chicho Ibáñez Serrador. No se queja de ello.

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