Después de codirigir films tan incisivos y aplaudidos como “El hombre de al lado” o “El ciudadano ilustre”, los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn vuelven a la carga con “Competencia oficial”, que llega a las salas tras su paso por el Festival de Venecia. Los cineastas ponen su mirada en el mundo del cine, a través de una realizadora extravagante, interpretada por Penélope Cruz, y los dos actores de su nuevo film, encarnados por Antonio Banderas y Óscar Martínez. El primero da vida a una arrogante estrella del cine. El segundo se pone en la piel de un actor mucho más metódico e intelectual. Hablamos con Duprat y Cohn sobre esta comedia sobre los egos, la creatividad, las trampas, las mentiras, la inseguridad y la rivalidad, producida por THE MEDIAPRO STUDIO.

He leído varias definiciones de “Competencia oficial”: desde que es una comedia a secas, hasta que se trata de una sátira salvaje, que es una definición más fuerte y sangrante. ¿Cómo la veis vosotros?

Gastón Duprat: Yo, como la mordida de un perro pequeñito. En los talones, ja, ja. Ya está.

¿Algo más?

G.D.: Terminó la definición.

Mariano Cohn: Es una comedia actuada como un drama. Y tiene mucha conexión con todas nuestras películas anteriores. En este caso, se trata del universo al que pertenecemos, que es el del cine, el del arte. En las otras películas fuimos atacando diferentes universos.

G.D.: Es una película que también habla de la impostación. De lo que creemos que piensan los demás de nosotros, y de lo que realmente piensan de nosotros. Y es una película gélida, fría, un poco como nórdica y sofisticada en su planteamiento visual, y, a la vez, es muy hot, muy latina.

¿Apuntan hacia sus tres personajes principales, pero no les llegan a disparar?

G.D.: Bueno, porque, en realidad, los personajes terminan resultando algo queribles. Y esas cosas suyas que pueden sonar a excéntricas y ridículas tienen un porqué, porque los actores son muy frágiles en un rodaje y están a merced de un director que, muchas veces, puede ser un idiota o puede estar muy equivocado. O no. Pero ellos no lo saben. No tienen ninguna herramienta para saberlo hasta que se estrene la película. También es difícil ser director, y también hay fragilidad en nuestro oficio.

M.C.: Sobre eso que decías en tu pregunta, hay una diferencia respecto a nuestros anteriores films, y es que aquí los personajes se disparan entre ellos. A veces, la crítica dice que somos despiadados con los personajes, y, en “Competencia oficial”, los personajes son despiadados entre ellos mismos. Nos interesaba hacer una película que hablase del cine. En concreto, de los problemas del mundo de la actuación y de la creación actoral, sin una visión romántica. Con una visión más descarnada y un poquito más áspera de lo normal.

G.D.: Hay una visión no melancólica del cine. No queríamos hacer una película dentro de una película, ¡porque hay tantas! Lo que no hay son films sobre el proceso de creación actoral, sobre cómo los actores terminan construyendo la emoción. Como director, me fascina ese proceso suyo: sus diferentes estrategias y métodos. Por suerte, tanto Mariano como yo hemos trabajado con actores buenísimos y siempre nos gustó observarlos. La idea era proporcionar al público una ventana para que ellos también puedan ver eso, porque, normalmente, el espectador recibe su trabajo cocinado y terminado.

Gastón Duprat y Mariano Cohn en el rodaje de ‘Competencia oficial’. © The Mediapro Studio / Manolo Pavón

A Óscar Martínez le hemos visto, y disfrutado, en papeles tan arriesgados y delirantes como este que tiene en “Competencia oficial”. A Penélope Cruz y a Antonio Banderas, bastante menos. Sobre todo, últimamente que ya son estrellas de Hollywood. ¿Cómo se tomaron este proyecto Penélope y Banderas? ¿Con un “ya era hora de hacer una extravagancia, una locura”?

G.D.: El proyecto nació de unas ganas mutuas de hacer algo juntos. Ellos habían visto nuestras películas. Primero, decidimos que Penélope sería esta directora excéntrica. Y quedaban por decidir los papeles de los dos hombres. Nosotros pensábamos que lo más lógico era que Óscar interpretara el personaje que, finalmente, hizo Banderas. Y que Banderas se encargase del de Óscar, tal vez porque lo veíamos más desafiante respecto a lo que uno acostumbra a ver de ellos. Sin embargo, ellos dos eligieron los personajes que, finalmente, hacen en esta historia. Y aceptaron la exposición que significa para un actor hacer de actor. Son dos actores que tienen una autoridad para hablar de este tema.

M.C.: Esta película no se hubiera podido hacer con un actor principiante…

G.D.: Por más bueno que sea. Las propias trayectorias de Banderas y Martínez les hacen idóneos para estos personajes sobre los que hay una crítica y un sarcasmo.

Me intriga el look de Penélope Cruz, Lola Cuevas en la ficción. Y ese pelo, en concreto. ¿Tenía que estar tan caracterizada para alejarla de la Penélope a la que estamos acostumbrados?

G.D.: ¿Quieres la peluca?

De momento, no, gracias. Quizá más adelante ya te la pediría.

G.D.: Son más de una, ¿eh? Y son un personaje más. Viajaron de Italia para la película. Buscábamos que Lola Cuevas, más que a una directora de cine convencional, se pareciera a una artista conceptual que puede hacer una película genial o una porquería. A partir de esta idea, empezamos a construir a Lola Cuevas, con un vestuario determinado, con un tipo de pelo muy concreto. ¡Decidir el pelo de Lola fue muy importante! Había un pelo más convencional, más parecido al verdadero de Penélope, y luego este, que fue propuesto por ella. Cuando lo vimos, dijimos: “¡Este!”.

¿Están los tres personajes principales de “Competencia oficial” inspirados en conocidos, amigos o saludados suyos? ¿Alguien de la profesión se ha quejado, del tipo: “Os habéis pasado. Ese diálogo que habéis puesto en el guion era un secreto que os conté yo”?

G.D.: No están inspirados en un solo personaje, sino en muchos. Son como Frankensteins hechos a partir de muchísimas ideas, de gente conocida, de cosas que hemos escuchado y de muchas anécdotas que nos contaron los propios protagonistas a propósito de directores que les habían propuesto cosas muy fuera de las normas. Banderas, Penélope y Óscar han estado en unas cien películas, y han vivido situaciones increíbles. El retrato de los personajes está muy extremado: el actor carismático que no estudia, y que cree que su sola presencia basta para recibir un aplauso, o el actor estudioso y comprometido.

M.C.: Y hay un lugar especial para el empresario también.

Sí, tengo una pregunta sobre él, para más adelante.

G.D.: Pienso que mucha gente se va a sentir aludida viendo esta película. Seguro.

¡Pedirán derechos de autor!

G.D.: Yo pienso que, si te sientes aludido, mejor cállate.

Como directores, ¿tenéis algo que ver con los métodos de trabajo de Lola Cuevas? ¿O ustedes son… normales?

G.D.: No. Cero. Los conocemos, pero no los utilizamos. Enfrentar a los actores sí que es una técnica, y en el teatro y en el cine se ha hecho siempre. Conocemos a gente que, para mantener el control sobre sus actores, prefiere que estos se maten entre ellos. Mientras, él los controla. Y administra cómo y cuándo se van a matar, calentando la oreja primero a uno, y después al otro. Banderas nos contó casos de directores de Hollywood que lo hacen así. El actor no se da cuenta de que está siendo presa de ese método. Y, cuando se da cuenta, ya es tarde. Ya está hecha la película. También está el tema de esos aullidos que, en teoría, solo son calentar la voz: en realidad, es una meada de perro, para marcar el territorio. Es un “aquí estoy yo, este soy yo y grito”. También es muy real ese momento en que los actores tienen que buscar el llanto: hay los que necesitan ir a dar una vuelta a la manzana para cargarse de emociones, y luego sentarse y llorar, y esos que lo solucionan como el personaje de Banderas, de una manera más fácil, echándose un producto en los ojos.

Hay una escena relacionada con los premios, que no desvelaremos, porque es muy divertida. ¿Cómo lleváis los premios?

M.C.: Tenemos una relación muy particular con ellos. No los rechazamos nunca, pero sí los hacemos circular cuando los recibimos. En mi casa no tengo vitrina para los premios, ni Gastón tampoco, porque me parecen, sin querer, algo fúnebre. Así pues, los regalamos a productores, amigos o directivos que han tenido que ver con la película galardonada. Lucen mejor en el escritorio de un directivo que en mi casa.     

“A ver, ¿cómo me ve la gente?”. Lo pregunta el personaje de José Luis Gómez, ese empresario metido a productor de cine, pero no por amor al arte, sino por amor a sí mismo. Porque él quiere pasar a la posteridad. ¿Es una crítica a la relación entre el arte y el resto de la sociedad? ¿Es una crítica al poder en general?

G.D.: Conocemos casos parecidos al de este personaje en Argentina. Son empresarios de muchísimo dinero, incluso ligados a la corrupción y con una imagen pública muy oscura, que de golpe se levantan y quieren tener lo que no tienen, que es prestigio. Y preguntan dónde se compra el prestigio. Y, generalmente, una película es una buena alternativa. O un puente, o un museo, o una obra de arte. Y una película es mucho más económica que las otras propuestas.

M.C.: Y, de paso, tienen la posibilidad de acercarse a las estrellas de sus producciones, de invitarlos a comer o a su cumpleaños.

O de colocar a su hija en el reparto. Como ocurre aquí con el personaje de Irene Escolar.

G.D.: Exacto.

M.C.: Y es lindo ver la fragilidad de los artistas, cuando aceptas esas condiciones de los empresarios metidos a productores. Incluso se pueden hacer amigos.  

G.D.: Aunque, como es el caso de “Competencia oficial, el empresario te diga: “Cuéntame el libro que vas a adaptar, porque no lo voy a leer”.

Premiere de “Competencia oficial” en Madrid.

¿No teméis que algún joven ilusionado, después de ver lo que ocurre en “Competencia oficial”, diga: “Ay, ay, yo no me meto dentro este mundo del cine ni loco”. Y cambie de estudios o vocación.

G.D.: No, porque esto pasa en todos los ámbitos, no solo en el cine. En el mundo de los abogados, de la política… Lo que ocurre es que, en el ámbito de la actuación, todo se ve multiplicado y hay mucha lupa sobre este asunto de egos, competencia y vanidad.

Pere Vall es periodista cultural y del mundo de la farándula en general, especializado en cine. Colabora en Time Out, Ara, RNE y Catalunya Ràdio, y fue redactor jefe en Barcelona de la revista Fotogramas durante más de 20 años. Fanático de Fellini, de las películas de terror buenas, regulares y malas, y del humor y la comedia en general. De pequeño quería parecerse a Alain Delon, y ha acabado con una cierta semejanza a Chicho Ibáñez Serrador. No se queja de ello.