Estaba el otro día preguntándome si este año no habría, en el mes de San Valentín, un “Love Actually” en la cartelera y habíamos dejado de ser definitivamente románticos, cuando de repente empezaron a surgir títulos que respondían directamente a mis inquietudes, dramas y comedias. Por un lado, “Un amor intranquilo”, del cineasta belga Joachim Lafosse, con un amor puesto a prueba por la bipolaridad del marido, un destacado pintor, muy interesante ahora que se está hablando por fin abiertamente de las enfermedades mentales y están dejando de ser un tabú. Por otro lado “Licorize Pizza”, con toda la alegría de vivir de esta nueva propuesta del director de “El hilo invisible” o “Pozos de ambición”, Paul Thomas Anderson ,que se ha bajado a la adolescencia para ofrecernos una burbujeante love story entre dos singulares criaturas, un chaval de quince años, emprendedor como pocos, y la chica con la que sabe que se va a casar desde que la ve por primera vez, que le lleva diez buenos años de ventaja. Si vais a verla vibraréis con sus andanzas por las calles de Los Ángeles años setenta, entre su peculiar fauna, pegadizas canciones y disparatados negocios como el de las camas de agua que se inventan. Además, de propina, están Tom Waits que sigue visitando bares, Sean Penn en el papel de un trasnochado y tontamente vanidoso actor y Bradley Cooper, como apayasado novio de Barbra Streisand, en uno de los momentos más hilarantes y divertidos de este film que enamora al que lo ve aunque en los Oscar le hayan dado poca cancha con tan sólo tres nominaciones.
Entre una y otra cabalga, con quince nominaciones a los premios César, “Las ilusiones perdidas”, la más nominada en la historia de la Academia francesa, una cinta que entra en estas coordenadas y habla del amor desde muchos puntos de vista. Habla del amor que el protagonista, chico de provincias, siente por una aristócrata, del que más adelante le une a una actriz de medias rojas o del que tiene por la escritura y los libros.
Es una buena película de época, con muchas capas y lecturas, donde hay también amistades peligrosas como las de Stephen Frears. Nos hablan de la literatura, del periodismo, de la crítica, de la vida en general, de cómo afrontar las dificultades que se te presentan durante el camino y lo hace lanzando puñales y señalando con el dedo malas prácticas, sin miedo y sin rubor. Entrar en “Las ilusiones perdidas” es hacer un recorrido agradecido por círculos literarios y artísticos y salones donde se deciden las cosas, junto al joven poeta protagonista que debuta en la selva de la vida llena de trampas y tentaciones. Es el París del siglo XIX, pero tiene un efecto espejo sobre nuestra sociedad actual que, por desgracia, no se libra de esta corrupción que pone los pelos de punta, el “tú me das, yo te doy”. Hay películas que nacen con buena estrella y esta lo es. Tuvo su lanzamiento en Venecia donde se habló mucho de ella y luego San Sebastián la incluyó en sus perlas.
El protagonista Benjamin Voisin, al que a mí me descubrió François Ozon volando, con la melena al viento, a lomos de una moto en “Verano del 85”, tiene un gran futuro por delante, quizá incluso atrapando los papeles que deja huérfanos el malogrado Gaspard Ulliel, recientemente fallecido en accidente de esquí. Tiene un gran atractivo y una cierta ambigüedad que le permitirá ser ingenuo chico bueno o directamente chico malo si se tercia. A su lado, nombres y caras habituales del cine francés, como Cécile de France o Jeanne Balibar que van cumpliendo años, Xavier Dolan, ese director polivalente, enfant terrible, que sabe estar también delante de la cámara o el gran Gérard Depardieu, que ha abandonado definitivamente cualquier régimen, el único del grupo al que no han nominado en los César por cierto. ¿Por qué será? ¿Tendrá alguna deuda con el fisco?

No debemos olvidar, a la hora de resumir sus valores, que “Las ilusiones perdidas”, como “Eugénie Grandet” que se presentará en la próxima edición del Barcelona Film Fest, suponen una vuelta a Honoré de Balzac. El gran literato escribió esta historia de un arribista que igual que subió, bajó y tuvo que hacer frente a su decepción, después de haber aprendido más de una dura lección. Un libro de más de quinientas páginas y letra pequeña, como me hizo notar la crítica Imma Merino que lo está releyendo, y que hace más meritoria la adaptación para el cine.
Hace poco me enviaron un video de un Ministro francés que no era el de Cultura, era el de Finanzas, hablando de la importancia de los libros y de la importancia de leer, que me dio mucha envidia, la verdad, porque me gustaría oírlo aquí también, de vez en cuando, en lugar de politiqueos barriobajeros que tenemos que aguantar a menudo.
Y sí, “Las ilusiones perdidas” nos invita a leer más y a cultivarnos, a escribir, porque nunca es tarde para hacerlo si uno siente la necesidad y pienso que también, al menos a mí me pasa, a corregir y ser mejores personas que no está de más. Que no todo se compra o se vende en esta vida y sobre todo, nos alienta a no perder la ilusión por ir al cine a ver una buena película.
