Al inicio de ‘Landscapers’, un letrero explica que el matrimonio formado por Susan y Christopher Edwards fueron condenados por asesinato a 25 años de prisión. «A día de hoy, mantienen su inocencia», dice un segundo mensaje sobreimpresionado. A partir de aquí, el espectador se encuentra con dos personajes de aspecto gris y anodino –débiles, incluso, se podría decir– aparentemente incapaces de matar a una mosca. Pero una persona, o dos, no es una mosca. A los Edwards los conocemos en París, donde viven un exilio que se nos tarda un rato en justificar. Él mantiene una relación turbia con su madrasta y, un día que la llama para pedirle (más) dinero, para despertar su empatía le explica que hace quince años que guarda un secreto.

La madrasta se pone en contacto con la policía y, a partir de aquí, es cuando el matrimonio que parecía modesto y un poco aburrido empieza a evidenciar unas particularidades cada vez más inquietantes. Ella es una persona robusta en el exterior, pero muy frágil en el interior. La oscarizada Olivia Colman es quien le da vida y su actuación enervante es uno de los aciertos de la serie, puesto que permanentemente transita la cuerda floja que separa la locura de la cordura. Y algunas de sus miradas desarman: no sabes si se trata de alguien inocente y naif, o bien con demonios interiores terribles. A su lado, Christopher Edwards es la gran figura protectora. Casi un calzonazos. Pero hay chispas en sus ojos que permiten intuir también una personalidad límite. En este caso, el actor que lo interpreta es David Thewlis, conocido por su papel de Remus Lupin en la saga de películas de Harry Potter o la aparición en ‘Wonder Woman’, ‘War Horse’ o ‘Siete años en el Tíbet’.

Una de las singularidades de la serie es que se aleja del tono realista que marca la mayoría de títulos que versan sobre algún caso criminal. Aquí la imagen se tiñe de colores en alguna ocasión, o un personaje aparece hablando en una escena donde en realidad no está físicamente presente. Y Susan tiene un amor por el cine enorme, casi enfermizo, y el espectador ve cómo elementos de las películas que ella adora se infiltran en la acción. Son un abanico de recursos que a veces pecan de esteticistas, pero que en general, y más allá de la belleza formal, transmiten la idea de que la conexión de los protagonistas con la realidad es más bien ligera.

También es curiosa la manera de retratar el cuerpo de policía que lleva el caso. Hay algunas excentricidades y relaciones peculiares entre los diferentes agentes que, a ratos, mueve todo el conjunto hacia los territorios de la comedia negra. Sobre todo porque aquellos agentes no dan crédito a la manera tan natural y cortés de comportarse dos personas sospechosas de haber participado en un doble asesinado. De hecho, este contraste entre la civilidad y el crimen es el meollo de ‘Landscapers’. Una de las características que siempre se señala del carácter british es la extrema represión. Hitchcock siempre señalaba como rasgo nacional la delectación con que los ingleses consumen crónica negra escabrosa con una flema que les impide mostrar ningún tipo de emoción.

‘Landscapers’.

En los interrogatorios, los dos personajes dejan ver detalles de su personalidad y, sobre todo, de su biografía. Y lo explico de manera muy inconcreta porque, justamente, parte de la gracia de la propuesta es la manera elegante como se va mostrando la información relevante. Y la habilidad de los creadores por provocar al seriéfilo incrédulo que no sabe qué tiene que pensar de la amable parejita, si empatía o pavor.

Detrás de la serie está el talento como guionista de Ed Sinclair y una puesta en escena muy vistosa, que firma el actor y director anglojaponés William Sharpe. Ayudado por su amigo Tom Kingsley, el cineasta debutó con el largometraje ‘Black Pond’, lo que le mereció una nominación a los premios BAFTA como mejor ópera prima. No obstante su incorporación fue tardía: en un primer momento se quería que Alexander Payne (‘Entre copas’, ‘Nebraska’) fuera el encargado de filmar esta historia.

La serie es directa: tiene formato de cápsula, con tan solo cuatro episodios de 45 minutos. Todo se explica de manera concentrada y el poco metraje ayuda a no perderse por meandros estériles. Al mismo tiempo, en estas cuatro partes hay espacio de sobras como para penetrar la coraza de dos personajes singulares. Primero pueden ser risibles. Después, temibles. Y, a medida que avanzamos en su conocimiento, flota la pregunta inquietante de si, en realidad, y a pesar de tener las manos presuntamente manchadas de sangre, ellos también son víctimas.

Àlex Gutiérrez
Àlex Gutiérrez. Periodista especializado en medios de comunicación y audiovisual. Actualmente trabaja en el diario ARA, como jefe de la sección de Media y autor de la columna diaria ‘Pareu Màquines’, donde hace crítica de prensa. En la radio, colabora en ‘El Matí de Catalunya Ràdio’ y en el ‘Irradiador’, de iCatFM. También es profesor en la Universitat Pompeu Fabra. Su capacidad visionaria queda patente en una colección de unos cuantos miles de CDs, perfectamente inútiles en la era de la muerte de los soportes físicos.