Aparece la visión de un rostro fantasmagórico y te dice cuándo morirás. «En tres días a las cinco». Y remata: «Estás condenado a ir al infierno». Y dicho y hecho. Cuando llega el día y la hora, tres monstruos gigantescos aparecen de la nada y se abalanzan sobre la víctima golpeándola, haciéndola fosfatina, y luego reduciéndola a cenizas. Este es el escenario que plantea «Rumbo al infierno», la última serie surcoreana estrenada en Netflix. Pero no se vayan todavía, continúen leyendo, que detrás de esta premisa tan pasada de rosca hay una serie con cosas que decir y un discurso más sólido de lo que pueda parecer inicialmente. Y es que la serie utiliza este fenómeno para hacer una radiografía punzante de la sociedad actual, especialmente de la facilidad con la que ciertos discursos que saben explotar el desánimo, la frustración y el miedo pueden llegar a poner en el pedestal de un día para otro a líderes que se otorgan el papel de salvadores o sanadores del sistema. La aparición de los monstruos es grabada en vídeo, se hace viral en las redes e inicialmente es recibida con escepticismo. «Tiene que ser fake», dice un personaje, en referencia a la línea cada vez más borrosa entre realidad y realidad fabricada en una sala de edición.

Pero esa mirada crítica pronto se desvanece en favor de una interpretación impulsada por un grupo llamado Nueva Verdad que pronto va a ser homogénea, la única posible. Su líder asegura que los monstruos están cumpliendo con la voluntad de Dios, la manera que este ha encontrado para que la humanidad haga caso y deje de pecar. El detective encargado del caso pronto se encuentra con una olla a presión en la que determinadas bandas de menores deciden ejecutar ellos mismos la voluntad divina instigados por un streamer pasado de rosca que alienta las agresiones poniendo la diana sobre personas concretas. Y de pronto, lo que parecía una serie sobre monstruos fantasiosos se convierte en una serie sobre monstruos humanos. Los del bate de beisbol y las palizas retransmitidas en streaming, dando rienda suelta a una violencia cruda con la que el director Yeon Sang-ho («Tren a Busan») golpea a la audiencia sin piedad, de manera que un escenario que en algunos momentos es casi satírico se convierte en un territorio de pesadilla. “Black Mirror” y su uso perverso de la tecnología mutando en el sadismo juvenil y deshumanizado de “La Naranja Mecánica” con bandas callejeras que podrían haber salido de Akira. En los tres primeros episodios al espectador se le sacude en dos direcciones: a través de las reflexiones del discurso y a través de la violencia explícita.

‘Rumbo al infierno’.

Hasta este punto, «Rumbo al infierno» explora en profundidad todas las ramificaciones de su punto de partida y al mismo tiempo mantiene una tensión constante. Es a partir del salto en el tiempo que se produce en el cuarto episodio cuando la serie pierde fuelle. Presenta un nuevo escenario donde lleva más allá el punto de partida y algunas escenas son incluso más perturbadoras pero también hace una bajada de ritmo importante y cuesta seguir viendo el vínculo del escenario de la serie con nuestro presente, que había sido la clave de la serie en su primera mitad. La pérdida de algunos personajes más carismáticos y con mayor trabajo de fondo que los que se introducen en esta segunda mitad de temporada también pesan en un último tramo quizás innecesario y devalúan el resultado del conjunto. Al final, la primera temporada culmina con un cliffhanger sin haber respondido a la pregunta fundamental sobre qué son los monstruos y por qué hacen lo que hacen. Quizás se responda en la segunda temporada, pero no es necesario que lo haga. Como en “The Leftovers” lo importante no es la respuesta sino el retrato de la pérdida de papeles de la humanidad en su conjunto.

‘Rumbo al infierno’.

La serie con la que se le va a comparar de forma inevitable es «El juego del calamar», pues además de ser surcoreanas, ambas comparten la misma mezcla de violencia y crítica social. Pero «Rumbo al infierno» va un paso más allá en ambos ingredientes. La radiografía del mundo actual es mucho más compleja, y también tiene mucho más peso directo en la trama que en «El juego del calamar», invitando a la reflexión de forma mucho más constante y en consecuencia siendo una serie más interesante. Cada personaje aporta una perspectiva o ángulo nuevo desde el que hablar sobre cuestiones relacionadas con la justicia, el miedo, la fe y las debilidades del ser humano. En lo que se refiere a la violencia, la de «El juego del calamar» tenía un componente estético que en «Rumbo al infierno» es inexistente, porque es una violencia sucia y desagradable que no quiere dejar al espectador indemne. Consigue sin duda su propósito. Esta va a ser una serie que no vamos a olvidar pronto.

Toni de la Torre. Crítico de series de televisión. Trabaja en ‘El Matí de Catalunya Ràdio’, El Temps, Què fem, Ara Criatures, Sàpiens y colabora en el programa ‘Tot es mou’ de TV3. Ha escrito libros sobre series de televisión. Profesor en la escuela de guion Showrunners BCN, le gusta dar conferencias sobre series. Destaca el Premi Bloc Catalunya 2014.