Se presenta, inicialmente, como una sitcom. Una de esas que hemos visto tantas veces, en las que el protagonista es un hombre tirando a barrigón que hace bromas con sus colegas mientras se toma una cerveza en el sofá. Suele ser un tipo no muy brillante y bastante desastroso en muchos aspectos, especialmente en lo que se refiere a las tareas domésticas, pero no pasa nada porque siempre lo acompaña un personaje secundario que ejerce de figura responsable, yendo de un sitio para otro para mantener la casa en orden, que además lo cuida y es cariñosa con él al mismo tiempo que le perdona sus errores y carencias, y que además suele ser más inteligente y más atractiva que él. Hablamos, por supuesto, de su mujer, que en muchas de estas series tiene un papel limitado al de ser el ama de casa que cuida de todo lo que el protagonista descuida, desde su propia relación hasta los niños pasando por tareas como preparar la visita de unos invitados. No sólo es un rol reducido, si no que a menudo suele ser el saco de boxeo donde caen muchas de las punchlines de la sitcom. Ella es demasiado responsable, demasiado rígida, demasiado aburrida, etc.
En «Que te den, Kevin», serie estrenada en el canal AMC, se preguntan qué es lo que pasa por la cabeza de esta mujer, de esta esposa resignada a ser un satélite de su «divertido» marido. Y por eso el escenario inicial de una sitcom se rompe cuando él sale de la habitación y la serie cambia de género convirtiéndose en un drama crudo. Esta idea es brillante porque logra mostrar muy bien que para ella el papel que hace cuando la serie es una sitcom es forzado. Se siente obligada a hacer lo que se espera de ella. Y porque pone en evidencia la misoginia que hemos visto tantas veces en este tipo de sitcom y que hemos normalizado. Al tener presente el punto de vista de ella, la serie logra enjuiciar escenas y estereotipos que hemos visto decenas de veces. Y que incluso nos han hecho reír. Ahora, la sonrisa queda torcida. La creadora de la serie, Valerie Armstrong, explica que escribió el concepto de la serie «en un momento de cabreo feminista». Quizás fuera mientras miraba un episodio de «Kevin Can Wait» (“Kevin puede esperar”), a la que su título, «Kevin Can Fuck Himself» (“Que te den, Kevin”), parece ser una respuesta.

La serie va alternando el género de la sitcom y el del drama, en función de si la protagonista está con su marido o si él no está presente. Es un concepto muy ingenioso que funciona en los primeros episodios gracias también a la actriz Annie Murphy («Schitt’s Creek») que se desliza suavemente entre ambos registros. Pero es un concepto que acaba funcionando mejor como punto de partida que a largo plazo. Las tramas de ambos géneros a menudo están poco conectadas las unas con las otras, y la parte de la sitcom, con historias muy manidas, no tiene interés y acaba siendo un lastre para la parte del drama, que sigue la evolución de la protagonista y su plan de matar a su marido. En realidad, lo que pretende «Que te den, Kevin» es matar la misoginia presente, todavía hoy, en muchas sitcoms de humor blanco que están basadas en una mirada machista y anticuada de los roles de género. Hacerlo a través del metalenguaje es una manera muy inteligente de hacer tambalear también al espectador, pedirle que se fije en las ideas sobre las que se construyen series que pueden parecer inocuas. Como escribe Mònica Planas en su muy recomendable libro, «El beso del capitán Kirk» (editorial Catedral), «Cuando más nos tiene que hacer pensar la televisión es justamente cuando quien la hace pretende que no estimulemos ni una neurona del cerebro. Porque contra más inocua se declara la televisión, más disimuladamente nos puede influir».
