Envejecer es jodido, pero lo es un poco menos si puedes hacerlo en compañía de los protagonistas de ‘El método Kominsky’. La serie le ha sacado punta, con una mirada mordaz, a los pequeños inconvenientes del hecho de hacerse mayor. Ya saben, eso de morirse. De que tus amigos también se mueran. De que ir a un funeral pase a ser una actividad recurrente. Y también esos otros inconvenientes, claro, los achaques, los problemas de próstata, la dificultad para recordar dónde habías puesto las llaves, etc. Nos quede todo esto un poquito lejos, pero no tanto, o forme parte ya de nuestro día a día, lo cierto es que tomarse con sentido del humor todas estas vicisitudes es un ejercicio de lo más saludable, y es un placer sentarse en la misma mesa que los dos personajes interpretados por Michael Douglas y Alan Arkin y disfrutar con sus comentarios jocosos mientras el anciano camarero se aproxima a cámara lenta con las bebidas que habíamos pedido, el hielo tintineando por el tembleque. Pero ahora hay un vacío. Nos hemos quedado sentados solo con Michael Douglas.

La negativa de Alan Arkin a continuar en la serie, a pesar de que la tercera temporada era la última, nos ha dejado un hueco enorme en los últimos episodios. Sin embargo, si hay una serie que podía sobrevivir a un adiós tan abrupto, es precisamente esta. El guionista Chuck Lorre ha hecho lo que hacen los mejores guionistas: adaptarse a las circunstancias y hacerlas suyas. La decisión de Alan Arkin se ha convertido en una oportunidad para abordar, ahora de forma frontal, el tema de la muerte y el duelo, dos de las grandes cuestiones de la serie. Así, la última temporada empieza con el funeral de Norman, que es probablemente uno de los funerales menos ortodoxos vistos en una serie. Fiel a su espíritu, ‘El método Kominsky’ se echa unas risas a pesar de la muerte, con una esperpéntica sucesión de parlamentos que empieza con Sandy tirándole en cara a su difunto amigo algunas de sus más irritantes particularidades, al estilo de BoJack Horseman. La muerte de Norman es más difícil de superar para Sandy que para la propia serie, que ya en la temporada anterior había hallado en el personaje de Martin (un Paul Reese tan irreconocible como finísimo en la manera cómo saca partido a sus frases) un nuevo socio perfecto para hacer tándem con el protagonista. Juntos protagonizan algunas de las mejores escenas de la serie, y su tendencia a contar batallitas y recordar el pasado con nostalgia, sobretodo en oposición a las nuevas generaciones, sitúa hábilmente la serie en un punto medio en el que ridiculiza las ideas de los jóvenes en general (y de los que abundan en Hollywood en particular) al mismo tiempo que deja en evidencia a estos dos hombres que van perdidos por un mundo actual cuyo lenguaje hace tiempo que les resulta un tanto incomprensible. Y, sobretodo, que les importa un pimiento.

Michael Douglas y Kathleen Turner. ‘El método Kominsky’.

Pero el mayor acierto de la tercera temporada es haber dado un papel regular a Kathleen Turner, que interpreta a la ex mujer de Sandy y permite ir construyendo la trama que va a acabar generando una porción de drama que en esta serie siempre se ha combinado con la comedia. No es lo mismo reírse de la muerte que reírse a pesar de ella. Los momentos cómicos de ‘El método Kominsky’ funcionan porque conviven con los momentos de dolor. Los personajes no viven en una fantasía en la que se pueden evadir del final. Este es omnipresente. Saben lo que es la tristeza, el dolor, la derrota, el sufrimiento y la desesperanza. Podríamos incluso decir que por eso se han ganado el derecho de tomarse la vida a broma. El final de la trama de la ex mujer de Sandy permite a la serie finalizar en ese lugar en el que se siente tan cómoda: cuando deja que la emoción embargue a sus personajes. Bien planteada con unos saltos temporales y una puesta en escena que permite a Michael Douglas dar dos discursos que suenan genuinos para el actor y el personaje, ‘El método Kominsky’ cierra su recorrido certificando su propia defunción. Hay una puerta abierta para continuar, pero sería un sinsentido para una serie que, desde la comedia, siempre ha tratado sobre como aceptar la muerte.

Toni de la Torre. Crítico de series de televisión. Trabaja en ‘El Matí de Catalunya Ràdio’, El Temps, Què fem, Ara Criatures, Sàpiens y colabora en el programa ‘Tot es mou’ de TV3. Ha escrito libros sobre series de televisión. Profesor en la escuela de guion Showrunners BCN, le gusta dar conferencias sobre series. Destaca el Premi Bloc Catalunya 2014.