Sergio Sarria, escritor y guionista de programas y series como “Nasdrovia” (adaptación de su primera novela “El hombre que odiaba a Paulo Coelho”), “Capítulo 0”, “Malaka” o “El Intermedio” nos habla del guionista de comedia.
Hay dos tipos de peticiones que siempre acepto sin prestar demasiada atención a las consecuencias; una es la política de cookies de todo lo que se me ponga por delante y la otra confirmar que he leído las condiciones de las aplicaciones que instalo en el móvil sin pestañear, sin dedicarle un solo segundo. Confirmo compulsivamente sin tener en cuenta que tal vez esté consintiendo donar mis órganos a la mafia china o entregando a mi primogénito a Tomás Roncero por el pequeño capricho de consultar en el diario AS los resultados de la NBA.
Más allá de esta modesta ruleta rusa, me considero una persona responsable que medita cada una de sus decisiones. Al menos eso creía yo. Al parecer, hace un par de semanas, con motivo de las nominaciones a Mejor Guion de los Premios ALMA, donde The Mediapro Studio acapara dos candidaturas: Mejor Serie de Comedia (“Nasdrovia”, “Mira lo que has hecho”, “Vamos Juan”) y Mejor Programa (“El Intermedio”, “Late Motiv”, “La Resistencia”) también acepté escribir un artículo sobre cómo es ser guionista de comedia. Obviamente lo hice sin pensar en las consecuencias, sin dedicarle un solo segundo a si yo era la persona adecuada para eso. Un doble clic compulsivo como si estuviera actualizando WhatsApp y ahora me encuentro con que no tengo ni la más remota idea de qué decir al respecto.

Resultar solemne, pedante o prepotente me aterra más que donar mi páncreas a Tomás Roncero. ¿Por qué aceptaría hacer esto? ¿Por qué no se lo pidieron a Diego San José, Berto Romero o Carmen Aguilera, que tienen mejor pelo y más cosas que aportar? ¿Puede ser que sí se lo pidieran y ellos fueran más sensatos que yo y lo rechazaran? Seguro que sí, seguro que ellos son de ese tipo de personas prudentes que se leen todas las condiciones antes de instalar el Word. Yo no. Yo soy una persona horrible con tan poco talento que ni siquiera sabe instalarse el paquete Office sin pagar 60 euros por él todos los años.
Así que aquí estoy, con 60 euros menos en la cuenta y preguntándome qué es ser guionista de comedia. Supongo que se parece a esto; a darle un enfoque desenfadado a una tragedia, a buscar una mirada original a conflictos cotidianos por los que pasamos todos. ¿Se puede hablar de la soledad, la muerte, el desamor o cómo escribir un artículo para el que no estás preparado sin tomarte demasiado en serio? Sí, se puede. A veces tenemos la impresión de que para hablar de un conflicto hay que ser muy dramáticos o pomposos, y con frecuencia caemos en la parodia involuntaria. Lo que siempre me ha atraído de la comedia es la naturalidad y la aparente sencillez con la que se encara un suceso trágico. No creo que haya un mejor análisis de la Guerra Fría que el que hizo Billy Wilder en “Uno, dos, tres”, capaz de desmontar el capitalismo y el comunismo en una hora y media sin una sola frase grandilocuente y con chistes brillantes. Sesenta años después de su estreno es posible que solo Díaz Ayuso nos haya hecho reír más que él hablando de comunismo y libertad.

Pero la comedia no solo vive de la naturalidad. Esto es probablemente lo primero que aprendí en “El Intermedio”; el humor reside en la sorpresa, en lo inesperado. Un chiste está agotado cuando es previsible, cuando lo ves venir a kilómetros. Para mí, un buen guionista de comedia es el que huye de los automatismos y se atreve a buscar caminos nuevos. No hay nada peor en comedia que ser previsible. Lo segundo que aprendí allí es que entre la merienda y la cena, hay una infinidad de comidas posibles. El ordenador no es el mejor amigo del guionista de “El Intermedio”, lo es la máquina de vending.
En términos generales, en comedia es fundamental no caer en la autocomplacencia y hacer siempre lo que ya sabes que funciona. Es importante tomar riesgos y probar cosas nuevas. Probablemente eso es lo que me empujó a salir de “El Intermedio”; no tener ya nada nuevo que decir de la caja B del Partido Popular. De alguna forma, Bárcenas acabó con Rajoy, pero también conmigo. Después de once años en “El Intermedio” sentía la necesidad de probar otras cosas. El cambio lógico hubiera sido empezar a hacer chistes con el PSOE. Sin embargo, surgió una nueva vía gracias a Globomedia y Movistar; adaptar mi primera novela y transformarla en una serie, “Nasdrovia”.
Si tuviese el talento de Svetlana Aleksiévich o Chaves Nogales escribiría sobre grandes dramas. Lamentablemente no lo tengo y me veo incapaz de escribir sobre la guerra o los supervivientes de Chernóbil. Me he tenido que adaptar a lo que da mi capacidad. Por eso escribo sobre conflictos más modestos como la crisis de los 40, el final de una relación o la sensación de fracaso, con los que puedo disimular mejor que lo único que comparto con Chaves Nogales es que soy andaluz. Gracias a este truco he podido seguir escribiendo series de comedia como “Capítulo 0” o “Dos años y un día”, e incluso un thriller como “Malaka”.

En estos años, he aprendido muchas cosas del oficio, pero quizás la más importante es que menos es más. Cuando empecé a escribir ficción, mi prioridad era que cada frase que escribía pareciera deslumbrante o terriblemente divertida. Tenía cierta ansiedad en que la gente supiera que sabía escribir bien comedia. Observar diariamente escribir a gente a la que admiro me ha ayudado a relajarme y ahora lo que persigo es que la historia esté por encima de la escritura. Le doy más importancia a los personajes y a la estructura. Quiero que todo suene natural y no muy elaborado. Algo parecido me ocurre con el uso de los chistes. Los he reducido y solo los empleo cuando aportan algo a la historia. He descubierto que las comedias que más me gustan no viven ancladas al chiste. Creo que los personajes ganan más cuando reaccionan con cierta naturalidad o cercanía. Es decir, si están tristes o están viviendo una situación traumática, deben actuar en consonancia. Me cuesta creer que respondan con un chiste o una frase ingeniosa en situaciones límites. En la vida real, alguien que hiciera eso parecería un psicópata… o un guionista de comedia intentando salir del apuro de tener que escribir un artículo aparentando que sabe lo que dice.
