A punto de tomarse una pausa en su imparable carrera para dedicarse a ser padre de una manera más intensa, Isak Férriz (Andorra, 1979) enlaza el estreno cinematográfico de “Occidente” con el de “Libertad”, mientras termina el rodaje de la serie de Movistar+ “Feria”. En “Occidente”, ópera prima de Jorge Acebo Canedo, el actor se traslada hasta el fascinante mundo distópico que es el marco de uno de los films más independientes, personales y radicales de la actual cartelera. Hablamos de esta película, de sus motivaciones como intérprete y de algunos de sus personajes preferidos. Y también de caramelos.
El 18 de marzo estrenas “Occidente”, de Jorge Acebo Canedo. Una película muy especial, que se aparta de los proyectos convencionales. ¿Fueron esta radicalidad y esta personalidad lo que te atrajo?
Sí, conocí a Jorge hace muchos años, cuando él aún era estudiante en el desaparecido Centre d’Estudis Cinematogràfics de Catalunya (CECC). En esa época, él ya apuntaba maneras radicales. Con Jorge me tragué la filmografía de John Cassavetes, por ejemplo. Es un ser libre, atemporal que, en “Occidente”, apuesta por un tipo de narrativa diferente y por temas tan interesantes como la pérdida de los recuerdos y la conciencia de dónde venimos. De cómo el arte influye en nuestras vidas.
Tu personaje, tan seco, tan expeditivo y duro con la protagonista, y siempre cumpliendo órdenes de sus superiores, habla de una manera un tanto artificiosa y suelta unas frases muy poco naturales. ¿Fue complicado?
Fue una de las cosas que tuve que currar con Jorge, porque a un actor le cuesta pronunciar diálogos que se alejan de lo que llamaríamos la naturalidad. Pero lo conseguimos. Dentro de este mundo distópico en el que se mueven los personajes de Francesc Garrido y Paula Bertolín, yo soy un peón del Sistema, un hombre que no se hace muchas preguntas más allá de las órdenes que recibe. Por su ambiente y estética, y por el retrato de la sociedad que hace, podríamos comparar “Occidente” con “Fahrenheit 451” (1966), de François Truffaut, o “Lemmy contra Alphaville” (1965), de Jean-Luc Godard.
O sea, los espectadores de “Occidente” no se van a encontrar una película normal, convencional. Y van a tener que poner de su parte, implicarse en lo que ven y escuchan.
Y eso es positivo. Personalmente, de un tiempo a esta parte, me aburren los blockbusters. El cine de superhéroes está haciendo daño al público. Lo que propone Jorge no es nada amable. Es arisco y áspero, es poco confortable y masticado. Pido perdón por esta frase hecha, pero Jorge saca al público de su zona de confort. Me parece interesante hacer reflexionar al espectador.

Poco después del estreno de “Occidente”, también estrenarás “Libertad”, de Enrique Urbizu. Será el 26 de marzo, y en un doble formato: en película, en las salas de cine, y en serie, en Movistar+. Es la segunda vez que ruedas con Urbizu, tras la serie “Gigantes” (Movistar+). Lo vuestro es un idilio profesional en toda regla.
¡Y espero que sea un largo idilio! ¡Que dure! No puedo estar más agradecido a Enrique, porque ha cambiado mi carrera. Además, tiene una gran personalidad, insólita en estos tiempos. No sigue ninguna corriente de estilo actual y tiene un ritmo diferente al del resto de cineastas. Él puede rodar 20 minutos sin diálogo dentro de un capítulo. Enseguida conectamos, y verle trabajar es una clase magistral. Encima, con esa amabilidad y generosidad… No le gusta ensayar los diálogos, y nos habla mucho de las motivaciones de los personajes, y esto hace que te concentres mucho y que intentes clavar tu diálogo a la primera, para no tener que repetir la toma. Es una relación muy zen. Daniel, mi personaje en “Gigantes”, fue un caramelo. Después de cada jornada de rodaje, me costaba desprenderme de Daniel. Era un tipo que no respetaba ninguna autoridad y que era capaz de hacer cualquier cosa. Un descerebrado.
En tu (primera) juventud, estuviste en “Al salir de clase” (Telecinco), “Compañeros” (Antena 3) y “Física o Química” (Antena 3). Vaya, en todas las míticas series juveniles de ese momento. Nunca mejor dicho, ¿fue esa una gran escuela?
Pues sí, fue un gran aprendizaje. También los culebrones son una estupenda escuela. Imagínate lo que es tener cada día 40 páginas de diálogos en “Bandolera” (Antena 3). Eso te da unas increíbles herramientas como actor.
Hablabas ahora de “Bandolera”, pero, ojo, porque también has pasado por “Serrallonga” (TV3) y “Águila Roja” (TVE), y ahora estrenas “Libertad”, una serie ambientada en el siglo XIX, que está llena de bandoleros y en la que das vida a Aceituno. ¿Eres el nuevo Curro Jiménez?
Ja, ja, las historias de época me gustan porque te hacen viajar en el tiempo y leer e investigar sobre lo que pasaba entonces. Además, me gusta rodar entre naturaleza y con caballos. Es un sueño cumplido como actor. Me encanta acabar el rodaje sucio y sudado, y pegarme una ducha. Tengo un concepto muy físico de esta profesión.
En 2011, hiciste un parón para reflexionar sobre tu carrera y te la replanteaste. ¿Qué pasó?
Acababa de cumplir 30 años y había un tipo de series que ya no me apetecían. A partir de entonces, dije que no a muchos proyectos televisivos que no me satisfacían, dejé Madrid y volví a Barcelona, donde empecé. Volví a trabajar en el teatro, un medio que me llenaba más. La muerte de un amigo mío también contribuyó a este cambio de rumbo. Y, por suerte, comenzaron a llegarme personajes jugosos. Por ejemplo, un capítulo en una serie yanqui rodada en Sudáfrica. Comencé a no aceptar cosas que no me hacían feliz. Descubrí que la felicidad personal pasa por encima de la felicidad económica y profesional. Y con esto no quiero juzgar las decisiones de los demás. Aquí cada uno…

Recientemente, te hemos visto en “Bajocero”, de Netflix. Su director, Lluís Quílez, me contó que tú mismo hiciste las escenas de acción. Desde luego, te va el riesgo.
¡Tampoco fueron tan difíciles! Por otra parte, para compensar tanta acción, en “Bajocero” yo tenía unas secuencias en las que se suponía que estaba muerto. Siempre que puedo, me gusta realizar las secuencias de acción, y trabajar y entrenarlas con los especialistas. Sí que había una escena en la que corría mucho, pero no te olvides que soy de Andorra, y los andorranos conducimos como conducimos… pegando volantazos, ja, ja.
En 2018, llega a tu trayectoria una rareza, una joya: “Las distancias”, segunda película de la directora Elena Trapé, que rodasteis en Berlín. Un viaje en todos los sentidos de la expresión.
Fue un regalo. Nos lo pasamos muy bien en Berlín. A Elena le hacía gracia proponerme el personaje de uno de los amigos de Miki Esparbé. Un papel que estaba en el otro extremo de lo que me habían ofrecido hasta entonces. Guille es un tipo que, a priori, cae muy mal. Una anécdota: durante el rodaje pasé un virus intestinal. Ya curado, y de regreso a Barcelona, encadené “Las distancias” con “Occidente” y “Gigantes”.
Eso que tú defines como un ‘caramelo’ también lo fue el Martín de la serie “Cites” (TV3, 2015-2016). Un tipo súper tatuado, en apariencia duro, pero luego todo amor hacia su posible nueva pareja, interpretada por Bea Segura, y hacia su hija, a la que daba vida Noa Fontanals.
Sí, Martín era un gran caramelo, muy bien construido a nivel de guion. Fue muy guay interpretarlo, porque, además, me permitió reencontrarme con Bea Segura, con la que había trabajado en “Serrallonga”, y estar a las órdenes de Pau Freixas, un director al que le gusta mucho jugar con los actores. Con él y con Bea era como jugar al pimpón, hasta que encontrábamos el ritmo concreto. Me acuerdo también de los tatuajes de Martín: eran cinco horas de maquillaje al día, con Natalia, que era la propia creadora de los tatuajes. Me tatuó unos diseños originales. Gracias a “Citas”, me enteré de que los tattoos tienen derechos de autor, y tú no puedes aparecer en pantalla con un tattoo registrado. A no ser que pagues, claro.
Lluís Quílez dice que el objetivo de un director es contar historias. Tú aseguras que los actores lo que hacen es explicar cosas. Más o menos, venís a decir lo mismo.
El actor tiene que ser el canal de la historia que el director o directora quiere contar. Y este ha sido mi motor desde que empecé, y ahora me viene a la mente ese estudiante de BUP en Andorra que un día recibió en clase la visita de una compañía de teatro. ¡Qué descubrimiento para mí! Yo quería hacer eso que hacían ellos: ir de pueblo en pueblo explicando historias.

Explicar historias y, si puedes y encuentras a los cómplices adecuados, gamberrear. ‘Gamberrear’ es otra de tus expresiones fetiche.
Me encanta hacerlo durante las pausas de los rodajes. Son muchas horas de espera y, si tienes la suerte de coincidir con gamberros como Miki Esparbé, te lo pasas bomba. Miki lo hace muy bien, lo de gamberrear. Sabe mil juegos. Me encanta estar con el equipo de rodaje y ver cómo funciona todo. Cómo se monta y desmonta un set.
Por cierto, ¿desde cuándo no sales en una película o en una serie con la cara afeitada? Eres un hombre de bigotes, barba o patillas. O de todo a la vez.
Tienes razón. No te sabría decir desde cuándo no me afeito para un papel. Tener tanto pelo en la cara da mucho juego.
La crítica de la revista ‘Fotogramas’ de “La mujer ilegal” (2020), de Ramon Térmens, destacaba tu interpretación. ¿Te lees las críticas? ¿Les haces caso?
Cuando alguien me las envía, sí las leo, pero no las busco. No soy mucho de creerme ni las alabanzas ni las críticas negativas. Ni las buenas ni las malas críticas me hacen perder la cabeza. Aunque reconozco que, si son constructivas, me interesan.
No hemos hablado aún de Andorra, donde has colaborado con uno de sus jóvenes valores, el realizador Àlvaro Rodríguez Areny. En concreto, en sus cortometrajes, “Wolves” (2016) y “Le Blizzard” (2019).
Y ahora acaba de rodar otro. Àlvaro es un chaval muy humilde y muy cinéfilo. Le gusta el cine de género y no tiene prisa para triunfar. Eso sí, no le he visto hacer un paso en falso, un paso atrás. Àlvaro forma parte de una nueva generación de cineastas que intenta hacer una industria audiovisual en Andorra, un lugar lleno de localizaciones maravillosas para explotar. Además, lo tenemos aquí al lado.

Pues que te nombren embajador del audiovisual andorrano. Tú no tienes miedo a asociar tu nombre a una marca de calidad. De hecho, recientemente protagonizaste un anuncio de cerveza.
Sí, de Damm Lemon, y bienvenidas sean ofertas como esta. Rodamos el spot durante la primera quincena de julio del año pasado, en plena pandemia, y me vino muy bien, porque soy padre de una criatura de 2 años.
Ahora estás rodando una serie de Netflix, “Feria”. Y, esta vez, estás de parte de la ley.
Interpreto a un guardia civil que tiene que hacerse cargo de la muerte de 23 personas. Es un caso que le viene grande. ¡Un pobre hombre, gris y con buen corazón como él, ante esta responsabilidad! Acabaré “Feria” a finales de mes y, de momento, pararé. A mi pareja, que es actriz, le ha salido un trabajo, y nos turnamos para estar con la criatura.
O sea que si ahora te llama Martin Scorsese, que es lo que tú deseas, ¿el Maestro tendrá que esperar?
Desgraciadamente, Scorsese aún no me ha llamado… Cuando me preguntan con qué cineasta me gustaría trabajar, siempre digo que, más que un nombre, yo busco un guion, un proyecto excitante. Y, en el caso de Enrique Urbizu, lo que sea. Le digo que sí sin leer el guion. Bueno, si me llaman Denis Villeneuve y David Fincher tampoco me lo pensaré mucho.
