Una de las críticas que se le suele hacer a una película fallida pasa por tildarla de “teatro filmadoʺ. Es una manera de decir que había una buena historia detrás, pero que el director no ha sabido hacer música con los elementos visuales y se ha limitado a filmar –con más oficio que arte– un diálogo detrás otro. Sin embargo, la edad de oro de las series ha desplazado el centro. El director ya no es la estrella, sino el guionista. De buenas a primeras que una obra sea teatro filmado ya no parece pecado mortal. Sobre todo si es buen teatro y está bien filmada. “Roadkill” , estrenada por Movistar+ este noviembre,  es un buen ejemplo.

Estamos ante un thriller político, de aquellos que retratan los aspectos menos halagadores del poder. Peter Laurence (Hugh Laurie) es un ministro en el centro del huracán. Acaba de ganarle a un diario un juicio por difamación, pero solo después de que una testigo cambiara repentinamente su declaración.  Es un hombre popular, elocuente, hecho a sí mismo y con un punto populista que, a menudo, pone los pelos de punta de algunos miembros del Partido Conservador al que pertenece. Como por ejemplo los de la primera ministra (Helen McCrory), que lo aguanta porque sabe que su supervivencia en Downing Street depende de equilibrios muy delicados: no le conviene el ruido. Pero todo empieza a tambalearse cuando una joven reclusa se pone en contacto con el político, por vía interpuesta, para hacerle saber que es hija suya. Poco después, lo nombran ministro de Justicia.

Hugh Laurie. «Roadkill».

A partir de aquí, los giros. El de la vida familiar del protagonista, también en precario equilibrio: una mujer que acepta las infidelidades y dos hijas que odian a sus padres por estos arreglos de conveniencia. A conveniencia siempre de él, está claro. Se rompe también el entendimiento con su amante (Sidse Babett Knudsen), que ya está harta de ser la que espera, y desespera, porque entiende que la entrega nunca será recíproca. Y las puñaladas en el seno del partido también contribuyen a ir subiendo la temperatura del charco en el que se mueve Laurence. El espectador no puede sino preguntarse si será como una rana, incapaz de darse cuenta de que lo están hirviendo, o saltará para escaparse antes de que se complete la cocción.

El chef de todo ello es David Hare, uno de los dramaturgos más notables de su generación en el Reino Unido y que tiene también mucha experiencia en el audiovisual. Nominado dos veces como guionista por sus adaptaciones de “Las horas” y “El lector”, aquí ha optado por una historia propia donde el telón político es solo un tablero sobre el cual desplegar el auténtico tema de la obra: la frustración. La mayoría de los personajes expresan una carencia vital, sea de amor, de justicia, de salud mental. Esperaban más de la vida.

Roadkill” muestra personajes a la deriva, poco arraigados. La mayoría de relaciones sexuales que se muestras son clandestinas y no del todo complacientes. Los políticos jóvenes observan a sus superiores sabiendo que harán de tapón tanto como puedan. Los veteranos son conscientes de que los otros están esperando. Hare adaptó “La gaviota” de Txékhov en 2005 para el teatro, y en esta miniserie de cuatro capítulos hay mucho del ambiente del dramaturgo ruso, en el que los personajes pululan como almas en pena, aburridos y abúlicos. Hay tensión política, sí. Pero ellos y ellas están muertos en vida. Gente que huye –en uno de los casos, literalmente, al Ártico– o que no puede huir, pero querría. Gente que intenta huir de sí misma, también. Una muerte por sobredosis, por ejemplo, acaba funcionando también como metáfora de la huida.

Helen McCrory y Olivia Vinall. «Roadkill».

Hugh Laurie es el potente cemento que cohesiona las diferentes tramas. Sin su fuerza interpretativa, es probable que el resultado fuera demasiado disperso. Pero sus escenas están interpretadas con una precisión musical, desde la contención, lejos del perfil más exhibicionista que lucía en “House” o la más reciente “Avenue 5”. McCrory es una excelente primera ministra, fría como un diamante, de forma que también la vemos en un registro muy diferente a la apasionada Polly de “Peaky Blinders”. Y Knudsen, la célebre primera ministra danesa en “Borgen”, ofrece aquí su versión más vulnerable, con una escena memorable en el tercer episodio que recoge la desintegración de una relación adúltera por agotamiento.

Es poco probable que “Roadkill” asome por alguna ceremonia de premios televisivos. A pesar de sus virtudes, no destaca porque (apostaría que) no quiere hacerlo. Pero son cuatro horas de televisión muy bien hechas. Perdón: de buen teatro filmado.

Àlex Gutiérrez. Periodista especializado en medios de comunicación y audiovisual. Actualmente trabaja en el diario ARA, como jefe de la sección de Media y autor de la columna diaria ‘Pareu Màquines’, donde hace crítica de prensa. En la radio, colabora en ‘El Matí de Catalunya Ràdio’, con Mònica Terribas y en el ‘Irradiador’, de iCatFM. También es profesor en la Universitat Pompeu Fabra. Su capacidad visionaria queda patente en una colección de unos cuantos miles de CDs, perfectamente inútiles en la era de la muerte de los soportes físicos.