Estrella internacional desde hace muchos años, Sergi López (Vilanova i la Geltrú, 1965) no ha dejado nunca de trabajar en el cine español. Actor preferido de directores como Manuel Poirier, Miguel Albaladejo, Isaki Lacuesta o Marc Recha, también ha estado a las órdenes de Terry Gilliam, Stephen Frears o Guillermo del Toro. Acaba de estrenar “La boda de Rosa”, la nueva película de Icíar Bollaín, donde interpreta al hermano de Candela Peña y Nathalie Poza. Además, ha rodado “Rifkin’s Festival”, el último film de Woody Allen, producido por THE MEDIAPRO STUDIO, Gravier Productions y Wildside, que inaugurará el Festival de San Sebastián el 18 de septiembre. Hablamos de todo ello, y de premios, comedias, el confinamiento y la edad.
“La Boda de Rosa” es la historia de una mujer que quiere casarse con ella misma, y así lo anuncia a su familia. Rosa quiere seguir preocupándose por los demás, pero también empezar a pensar en su propia felicidad. ¿Es este mensaje lo que te enganchó al guion de Icíar Bollaín?
Sí, este hecho de que Rosa (Candela Peña) se atreva a replantearse su situación personal. En ningún sitio está escrito que tu rol en la sociedad tenga que ser secundario y que tengas que servir siempre a los demás y estar pendiente de la felicidad de otros. Icíar consigue hablarnos de todo esto desde la comedia, desde un tono ligero que conecta enseguida con el público.

El sello de Bollaín (“Te doy mis ojos”, “El olivo”) está muy presente a lo largo de toda la peripecia vital de Rosa y de los que la rodean, entre ellos, tu personaje, su hermano Armando.
Icíar es una cineasta con un sello único. Y, como decía antes, es una mujer valiente que se atreve a contarnos lo que nos cuenta desde un género nuevo para ella, que es la comedia. Pero sin ser por ello intrascendente ni banal. La suya es una voz que interactúa con los espectadores.
Como se suele decir ahora, en el film también se trata el tema de la ‘gestión de las emociones’. Sin ir más lejos, las emociones de Armando, que está en proceso de separación, y siempre está preocupado por la comunicación con sus hijos y por su trabajo.
En teoría, en nuestra sociedad, al hombre le toca el papel de solucionador de todos los problemas. Tiene que ser eficaz y solvente, sí o sí. ¿Y dónde están sus emociones? ¿Por qué, en esta sociedad machista, las emociones las asociamos a las mujeres, a unas mujeres que, además, consideramos más débiles que nosotros?
Justo antes de “La boda de Rosa”, ya habías encarnado a sendos padres preocupados por sus hijos en “El viaje de Marta (Staff Only)”, de Neus Ballús, y en “La inocencia”, de Lucía Alemany. ¿Te has visto reflejado en estos tres padres?
Por ejemplo, Armando es distinto a mí, pero, a la vez, tiene cosas en común conmigo. Los dos nos hemos tenido que enfrentar a la educación de nuestros hijos, una tarea que llega a nuestras vidas sin libro de instrucciones.

¿Tú eres un actor más de comedia que de drama? A pesar de que, a lo largo de tu carrera, han abundado más los personajes dramáticos. ¿Consideras que saber hacer reír a los demás es un don, un súper poder?
Tengo un amigo que se acuerda de que, incluso antes de dedicarme a la interpretación, yo ya le hacía reír. Sí que es verdad que el sentido del humor es un don, e incluso puede ser un súper poder. ¡Me gusta la definición!
Acabas de rodar “Rifkin’s Festival” a las órdenes de Woody Allen. ¿Cómo ha sido la experiencia?
Esta es una película en la que tengo pocas escenas, y, nada más llegar al rodaje, ya me avisaron de todo el protocolo: de que no podía hablar con Woody Allen directamente y ese tipo de cosas. Pero, claro, yo me encargué de romper el protocolo. ¡Que soy de Vilanova i la Geltrú! ¡Que se note! Woody, que ya está muy mayor, se sentaba en su rincón, muy quieto y concentrado, pero, cuando gritaban “¡acción!”, se levantaba y se convertía en otra persona. Tiene un gran sentido del ritmo y la comedia, y, pese a no entender el español, nos decía que siguiéramos rodando, que no parásemos, que no hiciéramos pausas. ¡Cómo se le iluminaban los ojos al vernos! Se reía, se descojonaba. Al acabar todas mis escenas, y pese a esa fama de distante que me habían contado, se acercó a mí para felicitarme por mi trabajo. El gran capital de Woody Allen es su talento para hacerte reír incluso a la hora de tratar temas serios como son el suicidio o el amor. Es un especialista en sacarle hierro a todo tipo de temas.
¿Eres consciente de que eres uno de los protagonistas de una de las películas europeas más especiales y queridas por la crítica y el público de los últimos años? Me refiero a “Lazzaro feliz” (2018), de Alice Rochrwacher.
Sí, es una película que nos toca en lo más hondo de nuestros sentimientos.

Vamos con el asunto del confinamiento. ¿Bien, mal, regular?
Mi intuición enseguida me dijo que, si no podíamos salir de casa, lo mejor era no salir. ¿Y sabes qué hice, entre otras cosas? ¡Mirar más películas que nunca en casa! Dos, tres o cuatro al día. Eso salvó mi confinamiento. Una vez más, la vida me sonreía. Una de las que más me gustaron es “Retrato de una mujer en llamas” (2019), de Céline Sciamma. Es brutal.
Eternamente nominado a los Goya y los Gaudí, pero nunca premiado, ¿crees que los ganarás, finalmente, con “La boda de Rosa”? Tienes el Premio César francés por “Harry, un amigo que os quiere” (Dominik Moll, 2000), entre otros galardones, pero aquí no has tenido suerte.
Sí, sí, soy el eterno nominado. No sé, cuando me toque, me tocará. Sé que, cuando lo digo, la gente no se lo cree, pero a mí los premios me importan un pepino. Los que realmente me preocupan son todos esos cómicos y cómicas que están sufriendo porque no encuentran trabajo. Eso sí que es grave.
El próximo 22 de diciembre cumples 55 años. ¿Cómo te encuentras? ¿Mejor que a los 20 o a los 30 años?
¡Yo estoy mejor que nunca! Menos en el terreno físico, claro. Te haces mayor, la salud ya no es la misma de tu juventud, he tenido alguna lesión en el pasado… Pero, ya ves: tengo gente a mi lado que me quiere, tengo un oficio bestial y más ofertas profesionales de las que puedo asumir.
