La serie de Netflix ha llegado a su final evidenciando que ha funcionado mejor creando enigmas que resolviéndolos
“Dark” irrumpió hace tres años en el catálogo de Netflix con dos etiquetas: era la primera producción alemana de la plataforma y también la serie que tenías que ver si te gustaba “Stranger Things”. Ambas quedaron rápidamente obsoletas, porque su éxito ha trascendido la denominación de origen y bastaba con ver un par de episodios para darse cuenta de que la única coincidencia con “Stranger Things” era que se trata de un relato fantástico ambientado en una comunidad rural. Sí que hay una eventual mirada retrospectiva a los 80 y un puñado de gente joven enfrentándose a la evidencia de un hecho sobrenatural, pero aquí no hay ningún tipo de nostalgia en la evocación de los tiempos pasados y la juventud es mostrada casi como una maldición.
Este es el gran legado de “Dark”: en ningún momento pretende ganarse la
empatía del espectador o endulzar el destino de sus personajes, sino que a lo
largo de sus tres temporadas se ha dedicado a hablar de la imposibilidad de
parar el reloj y retener los instantes de verdadera felicidad. Sus
protagonistas, atrapados en un bucle de decisiones que los abocan al desastre,
han sufrido más que vivido, y esto es lo que diferencia a “Dark” de otros
productos fantásticos de su era. Es oscura, críptica (esta etiqueta sí que se
la merece) y tirando a desoladora. Gran parte de sus escenas transmiten la
sensación de que algo terrible está a punto de pasar. Puestos a compararla, se
asemeja más a aquel monumento a la mala leche que era “El efecto mariposa”
(película a reivindicar, por cierto) que no a las series juveniles actuales.

Esto fue así durante sus dos primeras temporadas. El tono a veces se ha pasado de afectado y pomposo, pero se tiene que reconocer que siempre ha sido una serie inmersiva y muy sugestiva, por más que en muchos casos le ha faltado algo más de claridad expositiva a la hora de situar a los personajes en las diferentes épocas. Es por eso que la tercera temporada, la final, ha sido extraña e irregular, a pesar de que su conclusión es bastante satisfactoria. Consciente de que había llevado la dialéctica entre el espacio y el tiempo hasta un terreno tan jeroglífico, sus últimos ocho episodios se han dedicado a introducir pretextos para que la serie se explique a ella misma.
Hay un momento muy concreto que resulta muy significativo: un personaje se encuentra a él mismo y literalmente repasa todo lo que ha sucedido hasta aquel punto de la narración. Incluso hay un episodio que se dedica a recorrer los diferentes puntos de inflexión de la trama para que el espectador pueda afrontar el final en condiciones, un poco como en aquel capítulo de “Lost” en que se nos hacía foco sobre la lucha fratricida que daba pie a los acontecimientos posteriores en la isla. El final es correcto, pero quizás no le habría hecho falta ser tan discursivo si la serie no hubiera jugado previamente a enmarañarlo todo con tanta vehemencia. El viaje de “Dark” ha valido la pena, pero también es cierto que ha funcionado mejor creando enigmas que resolviéndolos.
