No se le hace suficiente caso a «Barry», una serie de Bill Hader para HBO sobre un asesino a sueldo que decide hacerse actor

Bill Hader no tiene la popularidad que merece su grandísimo talento. Aparte de ser uno de los mejores imitadores del mundo, como ha demostrado en repetidas ocasiones en «Saturday Night Live», ha ido forjando una carrera muy interesante que incluye papeles pequeños pero antológicos en películas como «Supersalidos», «Paul», «Paso de ti» o «Tropic Thunder». Es de esos actores que, aunque aparezca poco, deja huella, porque lleva la comedia adherida a cada gesto, cada palabra. Como buen comediante, es capaz de parecer la mar de ordinario y también ser exageradamente histriónico; pasa de provocar hilaridad a transpirar una desarmada tristeza. De todas estas capacidades emana «Barry», comedia que ha escrito, producido, dirigido y protagonizado HBO y que acaba de estrenar su segunda temporada. Hader ha recibido un Emmy por esta serie y es una de las grandes comedias en emisión, pero no acaba de tener el eco que se merece. No es, ni mucho menos, de aquellas que se alaban y se recomiendan compulsivamente. Y es una lástima, porque es una divertidísima tragicomedia sobre la frágil línea que separa la vida del arte, y también una fábula muy acertada sobre esta tendencia tan humana a querer vivir otras vidas. Es por todo ello que conviene reivindicarla, y también por la evidencia de que la televisión actual no va precisamente sobrada de humor inteligente.

El Barry del título es un asesino a sueldo que se ha ganado el prestigio por su solvencia a la hora de cumplir con los encargos que le hacen, pero con una consecuencia inevitable: sólo vive para su trabajo y se ha instalado en una especie de burbuja emocional que lo mantiene aislado de los demás. Mientras investiga una de sus potenciales víctimas en Los Ángeles, acaba participando involuntariamente en el casting para una obra de teatro. Mira por donde, la experiencia le gusta más de lo que nunca habría pensado, también porque conoce a una actriz, Sally, que le descubre sentimientos que ya no recordaba que existían. Barry decide hacerse actor, porque es en el escenario donde el mundo le parece más sostenible, más tangible. Todo esto ocurre en los primeros minutos del episodio piloto. A partir de aquí, sin entrar en sus giros argumentales, la serie adopta el perfecto equilibrio entre thriller, drama costumbrista y comedia negra para explorar temas como la empatía, la soledad o la fragilidad de las apariencias. Conceptos que, como la misma serie, siempre han basculado entre la comedia y el drama y que, al final, son la perfecta metáfora de nuestras disfunciones como individuos y como sociedad. Afortunadamente, Hader se aleja en todo momento de esta obsesión de alargar todo como algunas series actuales: las temporadas de «Barry» son ocho episodios de treinta minutos y esta decisión es directamente proporcional al ritmo que tiene el evolución de la historia. No falta ni sobra nada.

«Barry» es el homenaje de Hader al género que lo ha hecho crecer y establece una dialéctica permanente entre sus recursos tradicionales (en un mismo capítulo hay margen para los juegos de palabras, el splapstick y el gag escatológico) y su formulación a otros estilos narrativos. Por eso conviven la crudeza de preparar un asesinato y la magia de subir a un escenario, los nervios de enamorarse de alguien y el nudo en la garganta de estar en peligro. Por supuesto que Hader ofrece un recital de sus capacidades camaleónicas, pero también merecen destacarse las aportaciones de Sarah Goldberg, Stephen Root y el veterano Henry Winkler, impagable en la piel de un profesor de arte dramático. HBO la renovó para una tercera temporada cuando sólo hacía una semana y media del estreno de la segunda, constatación de que «Barry» ha venido para quedarse.

Pep Prieto: Periodista y escritor. Crítico de series en ‘El Món a RAC1’ y en el programa “Àrtic” de Betevé. Autor del ensayo “Al filo del mañana”, sobre cine de viajes en el tiempo, y de “Poder absoluto”, sobre cine y política.